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Domingo 14 de abril de 2013

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Cultural El Duende

Saucarito, tragedia de un quirquinchito

14 abr 2013

Fuente: LA PATRIA

“El desaparecido Raúl Shaw Moreno en uno de sus temas expresaba: Los quirquinchos en su arenal / gozan y ríen en el carnaval. Lamentablemente, quirquinchos y arena se van perdiendo sin que los orureños se pronuncien sobre el particular”. Con estas palabras, Gabriel Bermúdez Rojas, compositor de la morenada “Quirquincito”, interpretada por Zulma Yugar, inicia su reflexión acerca de la extinción de esta especie mediante la siguiente narración.

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En un lugar de la dilatada planicie del altiplano orureño, tapizado de t’ola, yareta y paja brava, vivía una familia de rugosos y peludos quirquinchos.

En noches de luna, el más pequeñito, a quien con cariño sus padres llamaban Saucarito, agazapado entre altas matas de paja brava, miraba conmovido la cara brillante de la luna llena.

El viento desnudo, viajero sin rumbo, desde la distancia llevaba la voz de algún tunante que cantaba coplas a un amor lejano; cada nota en el aire, despertaba en Saucarito sensaciones para él desconocidas, y suspirando se decía: “¡Qué linda es la música para expresar con ella todo el sentimiento que lleva el alma!”.

Por las noches que la luna llena estaba ausente en el cielo, aquellos peludos contaban los días, meses, y el tiempo transcurrido.

Un día de tantos, papá quirquincho dijo a la familia: –Preparen maletas porque mañana en la noche viajaremos lejos, allá donde viven parientes y amigos que hace mucho tiempo no los hemos visto. Aquellos parientes vivían muy cerca de Oruro, en los arenales de San Pedro y Cochiraya.

Tal como planeara el viejo quirquincho, llegaron a Oruro, donde celebraban otro carnaval. Sábado de entrada, música, alegría y mucho entusiasmo de los bailarines. En los arenales, con muestras de cariño fueron recibidos aquellos visitantes. Mientras los mayores cantaban y bailaban, los más jovenzuelos jugaban sintiendo la caricia de la arena al deslizarse en ella.

Muy poco duró la alegría de aquella visita, entre abrazos y deseos de un feliz retorno, volvieron a su hogar. Como si tras ellos se hubiera marchado aquel carnaval, callaron las bandas, cesó la alegría y otra vez la rutina se fue apoderando de aquella ciudad.

Ya por el camino, mamá y papá quirquinchos, con hondos suspiros, fueron recordando cómo hace tiempo decidieron dejar su antiguo hogar en los arenales, la causa fue, que en aquel tiempo, alguna gente había comenzado a cazar quirquinchos y por la seguridad de la familia recién formada, decidieron marcharse a un lugar lejano, donde suponían que la maldad del hombre jamás llegaría.

Instalaron su hogar bajo una frondosa enramada de t’olas, rodeada de verdes yaretas y de paja brava. Pasado un tiempo llegaron los hijos, y a medida que iban creciendo, fueron adquiriendo bastante habilidad para excavar y cazar insectos de los que abundan en el altiplano.

A medida que transcurría el tiempo, aquel carnaval fue creciendo en fastuosidad e importancia dentro el ámbito folclórico y turístico; con él fue creciendo también el número de componentes y la sofisticación de cada uno de los grupos de bailarines.

Una infeliz iniciativa, hizo que la habilidad de un artesano orureño convirtiera un caparazón de quirquincho en sonora matraca, y desde aquel momento, gente perteneciente a dos grupos folklóricos de “MORENOS” encomendaban por cantidades la fabricación de este tipo de instrumento. Esta infausta circunstancia fue el inicio de la depredación del pobre animal. Cazaron hasta el último de los que habitaban los arenales de San Pedro y Cochiraya, extendiéndose la caza más allá de donde la familia de Saucarito se instaló.

Aquella noticia hizo que la pobre familia nunca más tuviera tranquilidad, porque aquel loco afán, por una parte, de cazadores por las monedas que recibían de los artesanos, y el capricho de bailarines por poseer una matraca de quirquincho, se había extendido tanto que llegó hasta Santiago de Andamarca, San Pedro de Totora y Saucarí.

En la masacre que los cazadores infligían contra este pobre animal, no distinguían ni crías ni adultos, condenando a la especie a su total extinción.

Buscando la posibilidad de salvar sus vidas, la familia de Saucarito, determinó separarse, para que cada uno encontrase la mejor forma de esconderse, desde entonces no volvieron a verse nunca más. Aunque vivían huyendo constantemente, el hombre siempre hallaba la forma de cazarlos.

Saucarito, tuvo poco más de suerte, pero vivía siempre pensando cuánto más le duraría ella. En noches de luna llena ya no sentía la alegría ni emoción que le inspiraban tiempos como esos, solo miraba al cielo como buscando una mano piadosa capaz de resguardar a aquellos quirquinchos que aún quedaban con vida para evitar la extinción su especie.

Viejo ya, continuó huyendo, había permanecido siempre solo sin formar familia, evitándose así la pena de saber que sus descendientes fueron exterminados cruelmente.

Con el mejor propósito, gobiernos de turno, dictaron leyes prohibiendo el uso de los caparazones de quirquinchos, pero se impuso la tozudez del hombre que, fingiendo extremada pobreza persiste en aquel exterminio, como si la mísera suma que recibe por la venta de los despojos del pobre animal, fuera la solución para su ancestral pobreza.

Después de algún tiempo, un viajero encontró por el camino el cuerpo sin vida de Saucarito; su caparazón, vendido a un artesano, fue convertido en charango.

Cuentan, que cuando en noches de luna llena alguien pulsa las cuerdas de ese viejo charango, sus notas vibran derramando en el aire una profunda tristeza. Saucarito, después de tanto sufrimiento se olvidó de la alegría, y ahora, mediante la música solo puede expresar su honda pena y reproche por el exterminio cruel de su especie.

Trovadores de penas y alegrías

Una noche, allá en mi pueblo,

entre chicha y bullicio,

alguien pulsó un hualaychito

cantando coplas alegres

que la gente coreaba.

La voz de aquel hualaychito,

era sonora y timbrada;

criatura de quirquincho

con su muerte amenizaba

la alegría de la gente.

La noche con su silencio,

de lejos trajo otra voz,

otro trovador peludo

cantando con voz profunda

penas de tiempos pasados.

Evocaba en sus notas

recuerdos tristes vividos

cuando cazadores furtivos

sin piedad exterminaron

su camada y su especie.

Al escuchar al hualaycho,

su pena iba creciendo,

imaginando en su voz,

la voz de sus pequeñitos

masacrados sin piedad.

Pobre familia deshecha,

criaturas indefensas,

hoy con su muerte acompañan

a cantar coplas alegres

o contar tristes historias.

Qué pena que Dios te diera

tan buena voz quirquinchito

para que muerto te quieran

convertido en charango

o matraca de moreno.

Fuente: LA PATRIA
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