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Domingo 14 de abril de 2013

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Cultural El Duende

La voz esencial de un poeta chapaco

14 abr 2013

Fuente: LA PATRIA

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Hace algunos años, en pleno festejo del aniversario cívico de Tarija, la dicha de la fiesta cual si se tratara de una Pascua Florida, se torna en sentido pesar por el deceso del Príncipe de las letras tarijeñas: Roberto Echazú Navajas. Pese a todo, ahora mismo podríamos afirmar que su cantarina voz que discurre entre acequias en las vegas chapacas, no se apagará jamás...

Además del manifiesto amor al terruño, su poesía es referente universal de la ternura, la soledad, el silencio, el olvido y la muerte. Bardo sensible que capta la recóndita esencia de las palabras y las vuelca en poemas densos, llenos de simbolismos y brevísimas imágenes, transportándonos hacia un mundo poético de hálito nuevo y moderno, que figura con voz y gravitación propias dentro de la literatura boliviana.

Echazú Navajas nace el año 1937 a orillas de las cantarinas aguas del Guadalquivir. Sus primeras armas literarias las hizo allá por 1954 en Córdoba (Argentina), dirigiendo la revista “Sísifo”, reeditada años más tarde en La Paz. Aparte de diversas publicaciones, es autor de los poemarios “1879” (1961), “Akirame” (1966) y “Provincia del Corazón” (1987), en lo que podríamos llamar una primera etapa.

Tras cumplir funciones diplomáticas como Consejero Cultural en la Habana (Cuba), a su retorno al terruño su poesía se desborda en la mies: “Morada del olvido” (1990), “Solo indigencias”, “La sal de la tierra” (1992), “Gabriel Sebastián”, “Humberto Esteban”, “Camino y cal”, “Inscripciones”, “Umbrales”, “Memorias cercanas/Memorias recurrentes”, “Cercas de soledad” (2003) y “Sobre hojas de otoño” (2006), su último libro.

Entre muchos aspectos de profunda calidad humana, es preciso destacar la entrañable amistad que mantuviera con poetas de todas las edades, y un delicado sentido del humor que da para recopilar libros enteros. De muestra un botón: se solazaba en presentar a su agraciada esposa, poeta y declamadora consagrada, diciendo que no debería llamarse Lucila –como en realidad se llama– sino “Escóndela”. Y si ella mostraba algún asomo de enfado, respondía con aquello de que no le hagas caso hermanito: “¡Mujer que no jode es hombre!..”

El año 1979, en las huertas de la vecina población de San Lorenzo organizamos juntos el primer Anti-congreso de Poetas, llamado así por no estar sujeto a Agendas, temarios ni resoluciones. Allí, los vates se reunieron en señal de velada protesta a degustar la esencia de parrales y “ambrosía” al pie de la vaca, departir entre amigos y leer despreocupadamente poesía sin emitir criterio alguno sobre la “situación” política ni los gobiernos dictatoriales que entonces se habían enseñoreado del país.

Esta sui géneris reunión, fue bautizada como el “Encuentro de los 15”, por el número de poetas que participaron en esa oportunidad, y al repetirse en otras numerosas oportunidades, añadiendo y restando algunos protagonistas, se decidió mantener el nombre como “cifra cabalística”, donde estaban todos y no faltaba nadie.

De esta manera, a partir de una reunión informal se llegó a constituir un vigoroso movimiento poético, considerado por algunos como el más importante del país luego de la segunda generación de Gesta Bárbara, manteniendo vigencia plena hasta el último de los días del que fuera fundador y principal animador en sus reuniones.

En la pléyade, que ya no eran 7 ni 15 sino muchísimos más, en primerísimo lugar habría que recordar a Alberto Guerra Gutiérrez, el entrañable amigo que le antecedió pocos meses antes en la partida y al que seguramente lo ha buscado en el más allá, para re establecer sus amicales conversaciones. Entre otras voces, cabe recordar a Gonzalo Vásquez, Héctor Borda, Eduardo Mitre, Pedro Shimose, Edgar Ávila, Matilde Casazola, el “Soldado” Terán y Jaime Nistahuz...

En el ámbito más íntimo de Tarija, Roberto formó parte del grupo “La Nao de los locos”, junto con Edgar Ávila, Oscar Pantoja, Chafallo Ruiz, y el desaparecido Chacho Ávila. A poco de trasladarme a residir en La Paz, encontrándome de paso por el terruño en la calle, Edgar me invitó a formar parte del grupo, pidiéndome que a las 5 en punto de la tarde (hora lorquiana) acuda a la casa de Roberto.

Confieso que fue una velada inolvidable. Al tocar el timbre de la casa, salió una comitiva de frailes encabezada por Roberto portando un incensario de plata antigua. Todos estaban vestidos con diferentes hábitos religiosos de antaño, algunos con capucha a la espalda o sombrero de paño. Y toda aquella tarde la pasamos degustando añejos vinos y hablando de los raros deleites que tiene la poesía y otras boberías…

La obra más celebrada de Roberto, es sin duda Akirame, galardonada por la Alcaldía de La Paz con “Faja Amarilla”, como la mejor producción literaria del año. Al preguntarle entonces sobre su extrañísimo título, nos manifestaba que tenía connotaciones musulmanas que hacían referencia a la muerte. La respuesta, valedera o no, con su partida resulta difícil de precisar y mejor así, al mantener un velo de sugerente misterio.

Sobre el particular, recuerdo al indefinible Vallejo, el poeta que fue capaz de predecir su propia muerte, allá en París, cuando la ciudad luz lloró su ausencia en una estación que no acostumbraba hacerlo. A propósito, el vate murió un 15 de abril (1938), por lo cual el gobierno peruano adoptó la fecha reconocida mediante Decreto Supremo como el Día del Poeta Peruano y se creó La Casa del Poeta en su homenaje.

Pero vayamos al grano. Encontrándose César en su lecho de muerte, recibió la visita de un escritor español quien admirado por la capacidad que había tenido de inventar palabras en “Trilce”, se atrevió a pedirle le revelara el significado del título de este libro olvidado precursor de las vanguardias latinoamericanas…

El poeta respondió, que también había llamado a uno de sus poemas más queridos: “Piedra, blanca sobre piedra negra”, recordando que se hallaba, más desconsolado que nunca en el cementerio de Trujillo, buscando la tumba de su padre, añadiendo entristecido “Yo me encontraba cubierto con un abrigo negro que lo deposité sobre el mármol blanco de su lápida: entonces comprenderás que yo fui incapaz de inventar nada”…

Al insistir el hispano sobre el tema de la conversación, Vallejo contesta que bautizó así a su libro únicamente para desconcertar a las engreídas oligarquías que entonces se daban el lujo de menospreciar a la cultura nativa; pues “Trilce” en lengua mochica significa simplemente “hacer poesía”, teniendo él la certeza que jamás sus persecutores se llegarían a enterar. Para salir de dudas, únicamente bastaría consultar el oráculo de Huarochiri de José María Arguedas, el suicida inmortal.

Otro pasaje que acude a nuestra mente y que no sé si viene al caso aquí recordarlo, es lo que el gran maestro de la generación española del 98, dijo instantes antes de morir. Luego de almorzar reposadamente junto a su familia, el viejo Unamuno dijo: “ahora me toca descansar” y se retiró a sus aposentos para morir santamente, pensando horas después todos que todavía seguía descansando...

Y no es que con las citas que anteceden, pretendamos establecer algún paralelo con lo que el vulgo llegó a suponer, que el Príncipe de las letras tarijeñas “por mucho vivir” se hubiera suicidado. Para desmentir semejante improperio, basta la certidumbre absoluta que él jamás se hubiera atrevido a cegarse la vida, simplemente porque amaba demasiado la vida y el mundo, a tal punto que su sonrisa y compasiva mirada tenían mucho de angelical.

Ante la evidencia de que el gran juglar chapaco se marchó sin anunciarnos su muerte y pese a que todavía subsisten prejuicios de que únicamente a los poetas les ha dado el don de vaticinar el día de su muerte, no hay nada que se pueda ocultar bajo el sol. Y si por alguna circunstancia hubiera algo de verdad en aquello que los tarijeños nacen donde quieren, no es menos cierto que a este Robertito –como le decían todos, incluyendo mucho menores que él– se le ocurrió morirse, así nomás, de muerte natural. Precisamente por haber sentido tan intensamente el terruño natal, se puede decir que prefirió “suicidarse”, así lentamente, como buen chapaco de pura cepa…

Marcelo Arduz Ruiz. Escritor.

Académico de la Lengua

Fuente: LA PATRIA
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