Jueves 11 de abril de 2013
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Los bolivianos hemos perdido la tranquilidad. Diariamente hay noticias inquietantes, y son notorios los sucesos y conductas que están alejando el ideal común de alcanzar mejores niveles de convivencia y de armonía ciudadana. La atención se centra, además, en signos que auguran tiempos difíciles. Se trata de los capítulos que, en sucesión ininterrumpida, van creando crispación, temor y no poco desaliento.
Ahora, todo se pide y se niega con agresividad. Un ejemplo reciente: la exigencia, acompañada de un bloqueo de caminos que duró 15 días, de que se construyan, a un costo de 300 millones de dólares, puentes “trillizos” (“Wiñay Marka”) en el Lago Titicaca, y no uno solo en el estrecho de Tiquina. Resultado: una acción policial y más de una docena de detenidos. Un capítulo terminado, pero amargo.
Se dice que en pedir no hay pecado ni engaño. Quizá sea cierto, pero no cuando las exigencias van acompañadas de amenazas y violencia que ya son parte de la historia que se inició con el populismo en acción. En efecto, los paros, las huelgas de hambre, las agresivas marchas callejeras y los bloqueos, se han convertido en estos últimos años en tradición populachera. Siempre se amenaza con ir “hasta las últimas consecuencias”, aunque esas consecuencias siempre las paguen los ciudadanos.