El misterio pascual tiene su momento culminante en la resurrección de Jesús. En la cruz entregó su vida por nosotros cumpliendo con toda justicia, Por eso Dios Padre lo justificó y lo glorificó dándole su Rúaj Santa, como expresión de su misericordia. El cadáver de Jesús, al tercer día de estar yacente en el sepulcro, resurgió tal como Él mismo había profetizado. Fue vivificado resucitando con su alma humana, unida para siempre a la Rúaj Divina, y recobrando la categoría propia del Hijo de Dios que en la encarnación quedó como anonadada (Fil 2, 6-8).
Ese mismo día Jesús quiso confirmar en la fe a sus apóstoles formando con ellos la primera comunidad de la Iglesia. Después de tranquilizarlos con el saludo “Paz a vosotros”, les mostró sus manos y el costado con las marcas de la crucifixión y muerte. Incluso comió delante de ellos para convencerles de que se no trataba de la visón de un fantasma ni tampoco de una alucinación, sino que era su mismo Señor que murió en la cruz (Jn 20, 18-23; Lc 24, 36-49).
Luego repitió su saludo y pronunció el envío apostólico: “Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros” reafirmándoles en su misión. Al mismo tiempo realizó una acción llena de simbolismo místico. Sopló sobre sus discípulos y les dijo: “¡Recibid ’Rúaj Santa!’. A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes se los retengáis les serán retenidos” (Jn 20, 22s).
Este misterioso gesto merece un comentario. El Evangelio de Juan utiliza el verbo griego “enfysáo”, que literalmente significa “soplar dentro” o sea “insuflar”, dando a entender que Jesús transmitió a sus apóstoles su mismo aliento divino. Este simbolismo sacramental tiene su origen bíblico en el relato de la creación cuando YHWH Elohim insufló su aliento de vida en las narices del Adam de barro para constituirlo como ser viviente (Gn 1, 7). Ahora Jesús transmite a sus amigos la Rúaj divina para que renazcan a una vida nueva, tal como quiso explicar a Nicodemo (Jn 3, 6).
Al mismo tiempo Jesús cumplió la promesa de no dejar huérfanos a los apóstoles al transmitirles la Rúaj Santa para que cuide de ellos como una madre (Jn 14, 16-18). De esta manera se realizó la inhabitación de la Verdad, la Caridad y la Unidad que Jesús prometió a sus fieles en la Última Cena (Jn 14-17) para formar con ellos la Iglesia como la Esposa del Señor, cuya imagen más plena es la Virgen María, Madre de los creyentes.
Además Jesús realizó la promesa hecha a Simón Pedro de darle las llaves del reino de los cielos con la facultad de perdonar los pecados, de atar y desatar, extendida luego a los demás apóstoles (Mt 16, 9; 18, 18). Se trata, pues, del nacimiento de la Iglesia, que se hará más patente a los 50 días en la fiesta de Pentecostés. De esta manera se constituye la Iglesia que perdurará frente al poder de la muerte y del maligno.
En la Iglesia Católica el evangelio de la transmisión de la Rúaj Santa se proclama en la Misa del domingo siguiente al de Pascua. Providencialmente el Beato Juan Pablo II en el año 2000 del Gran Jubileo, al tiempo de proclamar la santidad de Faustina Kowalska, la confidente de Jesús, dispuso celebrar ese domingo la Fiesta de la Divina Misericordia.
Esta devoción que está adquiriendo cada vez más mayores dimensiones se plasma en la conocida imagen de Jesús resucitado, bendiciendo con su mano derecha a los fieles y señalando con la otra su corazón abierto del que brotan dos rayos luminosos. El rayo rojo representa a la justicia simbolizada en la sangre con la que Jesús borró nuestros pecados y con la que nos alimenta en la Eucaristía, mientras que el rayo blanco azulado significa la misericordia maternal de la Rúaj Santa, de la que renacemos lavados de todos los pecados a través de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la penitencia.
La celebración del misterio pascual se prolonga en la liturgia de la Iglesia durante cincuenta días de oración y acción de gracias hasta la Fiesta de Pentecostés. En ese día eclosiona de manera espectacular el envío de la Rúaj Santa con la predicación de los apóstoles quienes, una vez fortalecidos y transformados, salen a predicar con toda valentía y sabiduría el Evangelio del Señor, mostrando así a la Iglesia evangelizadora y misionera, fruto de la Nueva Alianza entre Dios y su Iglesia que Jesús selló con su sangre en la cruz.
Por eso la Iglesia ha concedido en ese día indulgencia plenaria a todos los fieles que participen en esta fiesta de la misericordia, recibiendo la comunión y rezando por el Papa, confesándose en los días anteriores o posteriores, para que también aprendamos a ser justos y misericordiosos a ejemplo de Jesús. Recordemos cómo el Papa Francisco ya ha mostrado la gran importancia que da a la misericordia divina, visibilizada en su lema papal: “Miserando et eligendo” (Se compadeció y me eligió).
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