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Domingo 31 de marzo de 2013

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Cultural El Duende

Rafael Bautista

Bolivia: Hacia una geopolítica del mar

31 mar 2013

Fuente: LA PATRIA

Segunda y última parte

Por eso hace bien nuestro presidente en sostener que nuestra protesta no es por reivindicación sino por derecho. Lo que estamos poniendo en evidencia, es la irracional pretensión de fundar el derecho en la conquista. Este es el contexto que nos sirve para proceder con una adecuada lectura geopolítica del contexto actual, en el cual podamos perfilar una determinada política de Estado referida al mar.

Nuestra lectura geopolítica tuvo al parecer eco en ambientes gubernamentales, lo cual nos mueve a argumentar de mejor modo las opciones (porque no basta que se repitan como consignas los argumentos y es mejor que expongan los argumentos quienes los han producido que quienes simplemente los repiten). La nueva disposición geopolítica que va emergiendo en este nuevo mundo multipolar, nos proporciona un contexto en el cual sería posible estratégicamente remediar nuestra postración (como ya dejamos señalado en nuestro libro: “Pensar Bolivia del Estado colonial al Estado plurinacional. Volumen II”). De las nuevas potencias emergentes, Brasil y China son las que nos interesan y con quienes ya debiéramos generar las condiciones para establecer nuevas opciones.

Se habla ya de la integración de dos nuevas potencias al grupo de los BRICS; una relativamente mediana pero de importancia geopolítica y geoestratégica: Turquía; la otra es Indonesia y su importancia no es solo económica sino comercial, regional y también geopolítica. Los BRICS (que serían ahora BRICSIT) apuntan a una integración que va más allá de la puramente económica, lo cual ya se advirtió con la inclusión de Sudáfrica que, junto a India y Brasil, establecen la potestad de una ruta estratégica entre tres continentes. Brasil necesita una conexión efectiva con China para que aquella potestad estratégica sea definitiva. Bolivia tiene entonces importancia geoestratégica, pues es el corredor ideal que requiere Brasil para consolidar su conexión bioceánica.

Nuestra tesis se enfoca en ese sentido. La bioceánica aparece como una oportunidad geopolítica que nos permitiría desplazar la importancia de los puertos chilenos y apostar a la creación de un corredor de integración económico-comercial entre Brasil, Bolivia y Perú. Involucrar al Perú para nosotros es estratégico, pues por el potenciamiento del norte chileno, a costa nuestra, también el Perú sufre la postergación de su región sur. Entonces es necesario insistir en el interés común que representaría nuestra apuesta. Lo cual significa no solo utilizar los puertos de Ilo o Matarani (como ya se señala inocentemente). Una auténtica estrategia no acaba con el uso de puertos sino con una verdadera integración económico-comercial y sobre todo, geopolítica.

En toda reconfiguración geopolítica las estrategias estatales pasan por asuntos de sobrevivencia de los países. Lo que se evalúa es, en definitiva, un posicionamiento efectivo en esa reconfiguración. Cuando Chile nos enclaustró, condicionó nuestra integración al mercado mundial a la supeditación de sus propios intereses, es decir, geopolíticamente nos anuló.

La sobrevivencia nuestra en el nuevo mundo multipolar, pasa por una adecuada lectura geopolítica de la movible disposición cartográfica, donde los corredores geográficos tienen carácter estratégico. La bioceánica nos podría permitir un posicionamiento más beneficioso, pues se trata de una conexión que la potencia vecina requiere, sobre todo sus Estados de Rondônia y Mato Grosso, además de Sao Paulo, el polo de mayor exportación del Brasil.

Bolivia es el corredor idóneo de acceso al Pacífico. En ese sentido, nuestro país necesita un uso geopolítico de su condición de corredor geoestratégico, apuntando estratégicamente por dónde sale aquel corredor. Cuando de comercio se trata (tasas aduaneras, aranceles, peajes, etc.), a nadie se le ocurriría desestimar ser parte de semejante corredor. Apoyándonos en el hecho de ser la mayor parte del corredor, la decisión de direccionar la bioceánica significa una decisión política, o sea de política de Estado. Por eso no se trata solo del uso de puertos sino de toda una estrategia que apunte a menguar la importancia de los puertos chilenos y el subsecuente potenciamiento de las regiones peruano-bolivianas involucradas en ese corredor estratégico.

Arica e Iquique dependen del comercio boliviano, pero en las condiciones que nos impuso el Estado chileno, esa dependencia se ha traducido siempre en dependencia nuestra. La mentalidad colonial de nuestro Estado jamás apostó a remediar aquella dependencia y nunca vio otro destino que sostener, a costa siempre nuestra, el desarrollo del norte chileno.

Usar la bioceánica de modo estratégico también supondría un proyecto más ambicioso: la integración amazónica entre Brasil, Bolivia y Perú. Lo cual podría hasta convertirse en un activo estratégico medioambiental que la región podría presentar como respaldo de iniciativas globales de políticas para enfrentar la crisis climática. Eso significaría acercar al Brasil a nuestra política de “defensa de derechos de la Madre Tierra”. De este modo también perfilamos una nueva salida, hacia el Atlántico, por el Amazonas. Además que la integración estratégica no acaba allí sino que proyecta, despertando la historia común entre Perú y Bolivia, la restauración de la expansión incaica, lo cual incorpora al norte argentino en una nueva apuesta integracionista. Bolivia se presentaría como centro neurálgico de toda esta nueva estrategia geopolítica. Lo cual nos coloca en una posición atractiva en la región y, además, como conexión estratégica entre dos potencias emergentes, Brasil y China.

Todo esto no puede diluirse en un mero afán circunstancial sino que su explicitación en política de Estado requiere hacerse doctrina estatal, lo cual significa hacerse ideología nacional. La nueva disponibilidad que nace del contenido plurinacional del proceso constituyente, genera las condiciones propositivas para que el propio pueblo cambie su universo de creencias; por ejemplo, ese cuasi culto al producto extranjero es una de las mermas en la propia producción nacional, en ese sentido, la revalorización de nuestra producción necesita orientarse a un paulatino desplazamiento de los productos chilenos de nuestro mercado interno.

No podemos más seguir concibiendo nuestro consumo como despotenciamiento nuestro. Solo restándole nuestro mercado a la producción chilena, generaríamos las condiciones para bajar la soberbia de su Estado, sin necesidad de trifulcas mediáticas. A eso hay que añadir la apuesta estratégica de una bioceánica que no tenga por destino los puertos chilenos. El futuro del norte chileno quedaría comprometido, y su Estado en la necesidad de reconsiderar su obcecada intransigencia. Nuestro presidente desenmascaró en la CELAC la inconsistencia de la postura chilena; pero eso no basta si no es acompañada por una política de Estado; lo cual significa moverse en toda coyuntura sin claudicar los propósitos de nuestra estrategia hecha doctrina estatal y asumida por el pueblo como ideología nacional.

Todo esto significa una legitimación de una nueva ideología nacional por vía democrática y acabar con el actual empecinamiento de buscar aquello por vía vertical. Lo cual descubre los resabios señorialistas que todavía mantiene nuestro Estado (aunque ya se crea plurinacional). Una muestra de estos resabios lo encontramos en la caracterización del “nuevo” Estado que hace nuestro vicepresidente. En un artículo suyo sobre la “Topología del Estado” (La Razón, 17-02-13), después de celebrar la ocupación territorial de la geografía, hecha por los andinos y amazónicos, destacando los cultivos en andenes, la diversificación de las semillas, acueductos, depósitos estatales de alimentos, la creación de lagunas artificiales, etc., subrayando que se trataba de una civilización que universalizó métodos tecnológicos avanzados que, según él, corresponden a un tipo de Estado plurinacional “antiguo” (por no decir “atrasado”, lo cual ya destaca una visión eurocéntrica); concluye en una descripción de la “territorialidad policéntrica con la forma geométrica de un heptágono con centro gravitante”, que sería el “nuevo” Estado plurinacional, cuyos vértices, el Chaco en el sur, Uyuni en el suroeste, el Mutún en el sudeste, San Buenaventura en el noroeste, Santa Cruz en el noreste, Cachuela Esperanza en el norte y el vértice central en el trópico cochabambino, contienen como núcleos irradiantes de la economía, otra vez, las materias primas: el gas, el litio, el hierro, además de hidroeléctricas que comprometen el ecosistema y la agroindustria depredadora. Es decir, la universalización de las tecnologías en la producción de antes, está bien para el pasado, pero para ahora seguimos nomás dependiendo de las materias primas y los recursos naturales no renovables. Es decir, otra vez, la visión señorialista del excedente en forma de extracción y no de producción, lo cual ha generado la típica ideología extractivista prototípica del Estado señorial-oligárquico.

Quien piensa de ese modo no comprende que el papel estratégico de las materias primas no consiste en fundar en éstas la economía sino que toda economía se sostiene, en primera y última instancia, en garantizar su soberanía alimentaria; ésa es la materialidad ineludible de todo proyecto económico. No hay riqueza alguna si no hay previamente aquella materialidad asegurada. Las materias primas juegan un papel estratégico, pero ninguna economía podría sostenerse, en el largo plazo, en recursos depletables, es decir, agotables. En la nueva disposición geopolítica multipolar, a la cual tiende el mundo de hoy, las materias primas y los recursos energéticos ya no están para ofertarse como meras mercancías, pero la consigna de “exportar o morir” parece que persiste en nuestro gobierno (para pensar una primera revolución industrial en nuestro suelo, nuestros recursos debieran ser vistos como el soporte del potenciamiento de una producción, con su respectiva industria, genuinamente propia).

En las condiciones actuales, sostener nuestro supuesto desarrollo en la visión señorialista de la explotación de todo lo que hay, no puede sino reafirmar el carácter estructural de una economía extractivista. Lo que se proponía el “antiguo” Estado precolombino era algo más sensato, pues, como dice nuestro vicepresidente, si la geografía es “asumida por la organización material del Estado para verificar su soberanía”, ésta jamás puede sostenerse estratégicamente solo con las materias primas sino con una revolución productiva que garantice, en el largo plazo, la soberanía económica. La producción propia es la única garantía de toda soberanía.

Mientras aquel Estado “antiguo” priorizaba la producción antes que la pura extracción de materias primas, como fundamento de la economía, la “nueva” caracterización del “nuevo” Estado, persiste en el extractivismo, reiterando la apuesta que encandiló a todas nuestras oligarquías: el excedente en forma de milagro. A esto llamamos la colonialidad de la política estatal. Aunque se parta de premisas ciertas, las mediaciones conceptuales que se halla para convertirlas en política, no hacen sino replicar lo que se pretende superar. Porque el horizonte no cambia, la política que se adopta, tampoco.

Una geopolítica del mar, hoy por hoy, no puede tampoco postularse desde las mismas creencias señorialistas. Nuestra definición actual ya no puede replicar la forma en la cual se nos ha percibido, sino que pasa por una redefinición del modo cómo nos percibimos de aquí en adelante. Si merecemos sobrevivir en el nuevo orden multipolar es porque tenemos un mensaje que el mundo entero necesita oír. Ése es el acento revolucionario que tiene nuestro “proceso de cambio”. Si se critica la soledad de la posición boliviana en contextos multilaterales (si estaba el presidente Chávez no hubiésemos estado tan solos en la CELAC), acerca del reclamo marítimo, también debiera criticarse la ausencia centenaria de posición geopolítica que haya significado nuestra importancia en el contexto, por lo menos, regional. Ahora que se hace posible una nueva reconfiguración global, no hay mejor contexto para inscribir soberanamente nuestra presencia, en un mundo nuevo. Si nuestras pretensiones pasan por acercar intereses comunes regionales a los nuestros, además de ofrecernos como garantía de integración hasta global, ya no estaremos tan solos.

Fin

Fuente: LA PATRIA
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