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Domingo 31 de marzo de 2013

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Cultural El Duende

Llagas de nuestro tiempo

31 mar 2013

Fuente: LA PATRIA

VICENT SANCHIS LLACER • TAMBOR VARGAS

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Porque la creo una práctica recomendable, vuelvo a ceder mi espacio a pluma ajena. En este caso, para reflexionar con el autor sobre algunas de las muestras de la baja calidad humana (más bien in-humana o, peor, des-humanizadora) de algunos de los iconos (con perdón de los argentinos, no es palabra esdrújula, sino llana) más emblemáticos de los días que vivimos. Su autor es Vicent Sanchis Llacer, un experimentado periodista catalán (actualmente director del semanario El Temps, que aparece en Valencia y ha traspasado ya el número 1000); lleva por título “Les síndromes dels temps” y en su versión original se puede leer en el diario El Punt Avui (16.3.13). La traducción española me corresponde. Disfrútenlo como también lo he disfrutado yo. TAMBOR VARGAS

Esta era que padecemos ha sido bautizada, con justicia y poco temor a los dioses, como la de la revolución de las nuevas tecnologías. Sabemos más o menos cuándo fue inaugurada –coincidiendo con la irrupción de internet y de la telefonía móvil entre las masas mundiales–, pero no cuándo se clausurará. En todo caso, está claro (porque ya es bien sabido) que no será tan larga como la de la segunda industrialización. Porque desde la era del bronce hasta la actualidad lo que ha definido cada nuevo repunte histórico –y cada movimiento artístico o literario– ha sido el hecho de ser mucho más breve que el anterior. Las olas de la historia son inversamente proporcionales a las curvas de un río.

Y se puede definir esta era de las nuevas tecnologías por unas conductas sociales de creciente intensidad. Unos tics que, para desgracia de los excesivamente crédulos en el progreso humano, tienen todo el aspecto de un síndrome. Los semióticos de masas supervivientes a la era McLuhan, pocos y viejos, intentan inútilmente poner orden en las filas de la comunicación. Sería más interesante, a estas alturas, pedir el parecer a un grupo de psicólogos competentes para esclarecer cuáles son las consecuencias de tanto cambio ‘trepidante’ entre las masas, elemento clave en cualquier teoría comunicativa. ¿Cuáles son estas consecuencias, más bien síndromes o incluso patologías? Enumeremos unas pocas, dejando la lista abierta, pues a diario pueden detectarse otras nuevas.

El síndrome de la agorafilia. Hasta ahora los especialistas y los afectados se preocupaban por el síndrome contrario: la agorafobia. Es decir, por la fobia al espacio abierto o, peor todavía, por la fobia social, que padecen individuos que acaban encerrados en sus casas. Los hay que no saben estar acompañados; pero actualmente son muchos más los que no saben permanecer solos o quietos ni un segundo. Son muchísimos y en todo momento necesitan estar conectados a una red indemostrable de noticias y adictos. Opinan sobre todo y sentencian –con 140 caracteres– sobre el cielo y el infierno, el bien y el mal, o la tierra y los camotes. A menudo critican a los contertulianos, con toda razón, sin prestar atención que ellos también lo son; y mucho más vocacionales, porque no cobran. Han convertido el mundo digital en una jungla repleta de ruido de motocicleta. En poco tiempo han acumulado una sorprendente pericia en los dedos, pues no todo ha de ser desgracias en casa del adicto a las redes sociales.

El síndrome del sunch’u luminaria. Cualquier hecho de cierta trascendencia –o de no tanta o de ninguna– que suceda en el mundo se convierte en un espectáculo que exige la atención prioritaria e inmediata de todos. Por fuerza. Todo se enciende rápidamente y hay que atizar las llamas y saltar sobre la hoguera. Esta semana, por ejemplo, millones de descreídos por todo el mundo celebraron la fumata blanca como si formaran parte de una congregación católica radical. Los había que reían, los había que lloraban, y agnósticos y ateos rivalizaban con los creyentes en conocimientos teológicos y en información exhaustiva sobre el nuevo pontífice. La duración de estas euforias es efímera. La humanidad es capaz de segregar hechos importantes a intervalos muy cortos de tiempo. Como que, además, la cuestión es adherirse de manera entusiasta e incondicional, los expertos vaticanistas de ayer son hoy los máximos especialistas internacionales en Shakira. El ‘Muera Cambó i viva Macià’ se ha extremado y caricaturizado hasta el punto de quedar reemplazado por ‘Puera Macià y viva José Antonio [Primo de Rivera]”. Y vuelve y gira cada tres días.

El síndrome del anonimato agresivo. Si alguna santidad había definido la historia del último periodismo era la crítica inteligente y elegante. Claro, no todo el periodismo; pero sí el buen periodismo. Que también lo ha habido. La prensa escrita, como la política, era el espacio amable y áspero donde resolver litigios sin necesidad de pistolas. Las pugnas dialécticas entre gente inteligente, cuanto más ácidas más interesantes resultaban. Ahora, amparados en un terrible anonimato, todo tipo de indocumentados se sirven de las ágoras digitales para soltar toda la bilis del mundo: acusaciones, rumores convertidos en certezas e insidias que antes habrían destrozado la imagen pública de una persona. La brutal subida de la temperatura en todos los ámbitos de la comunicación ha relativizado incluso los medios y las personas más razonables. Cuando el insulto más inofensivo es ‘hijo de puta’, ¿a dónde hay que llegar para expresar el disgusto más radical contra alguien?

El síndrome del contagio purulento. Toda la superficialidad en la exposición, todo el analfabetismo disimulado tras la retórica o mediante el insulto, toda la agresividad desbocada, se han contagiado también a muchos periodistas o analistas formados y sensatos. Antes era imposible determinar la audiencia de una columna o de una intervención radiofónica o televisiva: todo dependía –a veces por suerte y con frecuencia por desgracia, del criterio del director de un medio. Ahora todo se cuantifica al segundo y todo se sabe. Y se sabe, sobre todo, que un titular radical o un insulto inflamado hacen subir la audiencia y la euforia entre la audiencia global. Los peores defectos se contagian a las mejores personas.

El síndrome de la vanidad hiperactiva. Vanidades desbocadas las ha habido siempre; pero antes debían contentarse con unos momentos de gloria satisfecha con la publicación de un libro o de un artículo, con el dictado de una conferencia o con la intervención radiofónica o televisiva. Ahora los ególatras han de competir con ellos mismos para mantener la tensión elevada y el listón alto las 24 horas del día.

Y todo esto constituye solo la primera entrega. San Gutenberg, san McLuhan y el corazón de las tinieblas.

Fuente: LA PATRIA
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