Hace muy poco, el Legislativo aprobó una “ley para frenar los abusos contra mujeres”, seguramente en el entendido de que la disposición frenaría efectivamente la serie de abusos que se cometen, en todos los niveles de la sociedad, contra las mujeres. Una disposición que, en la realidad, ya está contenida en el Código Penal que prohíbe todo acto que atente contra los derechos y la vida de las personas sean del sexo que fueren.
Hay verdades latentes en este campo: ninguna ley, por enérgica que sea y, además, diversa en sus aplicaciones, jamás cambiará el espíritu machista de muchos hombres, menos su condición de cobardes que pegan y atentan contra las mujeres; son personas que, por carencia total de valores, discriminan a la mujer y la hacen víctima de su insania y de los instintos criminales que tienen en lo profundo de sus seres.
La mujer, por principio, es igual al hombre; ambos son parte importante de la creación de Dios y nadie, ni material ni espiritualmente, dio a los hombres condiciones diferentes para que haga de las mujeres una especie de víctimas que reflejen los complejos y la maldad de los hombres; nadie ha creado condiciones legales para que haya maltrato a quien merece sólo amor, respeto, consideración y un trato digno y hasta servicial.
Las mujeres son en la vida de la humanidad, seres dedicados a dar vida, a hacer realidad la existencia del ser humano; son, en alguna forma, un pedazo de Dios porque si se piensa en lo que es la madre – y todos la tuvimos o la tenemos – jamás encontrará un ser que posea el gran caudal de amor, la vocación a servir y formar con virtudes a los hijos, la que proporciona todo tipo de atenciones y forma el espíritu de sus seres queridos; es, además, el puntal de todo hogar y depositaria de la confianza, el amor, la lealtad y la honestidad que posee, debe tener todo hombre. La mujer es el alma y conciencia de los pueblos porque ella, o en base a lo que ella es en virtudes y cualidades, se han hecho las grandes obras, las mayores conquistas positivas.
La mujer, como esposa, madre, hija, hermana, nieta, sobrina o tenga cualquier parentesco con el hombre, es sinónimo de grandeza, de entrega y renunciamiento. No son las “leyes especiales” o algunas discusiones camarales, las que le darán mayor valor de lo que tiene y, por supuesto, mayores derechos a ser respetadas, amadas y honradas.
Quienes pecan de machistas y cobardes, que ultrajan, violan, hieren y hasta asesinan a mujeres merecen penas corporales y morales de extrema energía; la aplicación de penas que sirvan de escarmiento y, además, la adopción de medidas que les impida en el futuro violar, maltratar y asesinar a las mujeres y, a ver sí, por ello mismo, reconozcan que tienen o han tenido una madre y que ésta merece el mejor trato y consideración. Nuevas leyes no sirven; lo que debe contar es hacer cumplir las disposiciones sobre los derechos del ser humano y, en grado especial, los de las mujeres.
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