En torno al colonialismo y la reivindicación marítima
25 mar 2013
Por: Marcelo Arduz Ruiz
Como punto de partida, hay que señalar que el enclaustramiento geográfico que afecta al país hasta nuestros días presenta todas las características de un caso esencialmente colonial, entre otras, la invasión y usurpación territorial sin declaratoria de guerra; la explotación intensiva de recursos y riquezas ajenas como sustento de la actual prosperidad del otro Estado y una ocupación ilegal prolongada durante más de cien años sin alternativas de solución hasta la fecha.
En 1879, Chile se lanzó a la conquista de territorios pertenecientes tanto a Bolivia como a Perú, sin que mediaran disputas o conflictos limítrofes, pues hasta la Constitución Política chilena de aquellos años y los mapas señalaban expresamente los límites de su jurisdicción colindante con la costa boliviana de Atacama, la cual fue invadida con afán indisimulado de apropiarse de riqueza prodigiosa en materias primas.
Aun bajo la óptica caduca de las guerras de conquista de antiguo cuño, aunque Bolivia hubiera perdido la misma cantidad territorial manteniendo su cualidad marítima con la cual naciera a la vida independiente, no tendría en la actualidad motivo de reclamo, pero con la mala de que caracteriza a Chile se prefirió no dejar abierta la ulterior compensación de una salida al mar, como obró en el pacto con Perú para la devolución pasados diez años de Tacna y Arica (habiendo de todas maneras devuelto solo Tacna y no Arica en claro incumplimiento del Tratado de Ancón).
Ante la necesidad de consolidar el respaldo a la reivindicación marítima logrado en la OEA como “Asunto de Interés Hemisférico Permanente”, era conveniente que de la instancia regional se diera un salto al del escenario mundial al obtener en el foro de Naciones Unidas una declaración similar; por lo cual observando los casos en los cuales bajo su mediación se había logrado la transición pacífica a la soberanía en numerosos territorios en África y Asia, a través de una serie de artículos en la prensa antaño insistiríamos en la necesidad de inscribir el enclaustramiento boliviano en las listas de la Comisión de Descolonización de la ONU.
Sin duda alguna, el rol mediador que antes desempeñara eficientemente la ONU en la preservación de la paz mundial y de los conflictos internacionales, en la actualidad se ha visto seriamente afectado por la creciente dependencia e injerencia de los Estados Unidos en sus decisiones; por lo cual se podría pensar que la teoría reseñada podría haber caído fácilmente en aquello que el connotado diplomático Walter Montenegro denominara un recuento de “Oportunidades Perdidas”, también es conveniente recordar lo que opinara otro gran internacionalista, el Dr. Jorge Ovando Sanz, quien en su obra “El enclaustramiento no será perpetuo” (La Paz, 1984) apunta que en cuanto a la reivindicación marítima “el concepto de colonialismo puede afianzar nuestra posición muchas veces gastada en explicaciones sentimentales, patrioteristas o de rencor vengativo”…
Tras largas y penosas gestiones efectuadas en pasillos de la Cancillería, en 1990 el asunto cobraría vigencia nueva en momentos en que el entonces Presidente de la República tuvo una brillante intervención en el foro de las Naciones Unidas, aseverando que a lo largo de la historia “el país perdió territorio sobre el Amazonas, pero no por ello dejó de ser un país amazónico; perdió territorio sobre la cuenca del Plata y no por ello dejó de ser un país rioplatense; pero perdió territorio sobre el océano Pacífico y dejó de ser un país marítimo”.
Pese a que en aquella oportunidad el Canciller remarcó en todas sus intervenciones que el asunto era “un caso colonial”, pues allí el país no sólo había perdido “cantidad” de territorio, sino la “cualidad” marítima con que nació a la vida independiente; a último momento el gobierno nacional tuvo que desistir de plantear oficialmente el tema en la organización, ante las presiones ejercidas por el gobierno chileno de retirar el financiamiento aprobado por organismos internacionales para la construcción de la carretera a Tambo Quemado.
En la coyuntura actual, es conveniente recordar que el Libertador al constituirse en el Primer Presidente de la naciente república, como tarea prioritaria de su mandato emitió el decreto de 28 de diciembre de 1825, estableciendo en la región de Atacama el puerto mayor de todo el país con el nombre de la Mar, para canalizar la mayor parte del flujo comercial del país a través de ese enclave; y atenidos al legado de quien fuera el Paladín de la descolonización en tierras americanas se debe devolver la costa marina al que fuera su legítimo propietario en el momento de la gran emancipación americana.
Si tenemos en cuenta que la motivación central de la cruenta gesta de la emancipación americana, fuera devolver las tierras americanas a sus legítimos propietarios, resulta inadmisible que un país vecino alentado por los nefastos intereses de una potencia extra continental, despojara a los pobladores originarios de la llamada “Hija predilecta del Libertador” de su antigua heredad, actitud esta que ni siquiera los antiguos conquistadores se habían atrevido a asumir pese a haberlos privado de su libertad.
De manera inocultable, la costa aledaña al Pacífico es una zona en situación irregular en América del Sur y tarde o temprano Chile debe brindar a la nación cautiva un puerto para que acceda a los espacios marinos de comunicación con el mundo, en un acto de justa reparación histórica ante la exacción contínua de las riquezas mineralógicas que cimentaron su actual economía y prosperidad a costa del sacrificio y sufrimiento de todo un pueblo al que ha colocado grilletes de esclavitud y servidumbre comercial y económica, afrentando la conciencia de la comunidad mundial; con mayor razón si en ningún acápite del Tratado impuesto con felonía consta que la nación boliviana ha renunciado a su cualidad marítima con la que naciera a la vida independiente.
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