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Domingo 24 de marzo de 2013

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Revista Dominical

Camino a Jerusalén

24 mar 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Muchas tradiciones religiosas tienen como herencia y patrimonio la idea de un Dios grande y glorioso. Y la grandeza de Dios superaría infinitamente la grandeza de todos los hombres y de todas las cosas, pero en el fondo se trataría de los mismos criterios de la grandeza humana, llevada al extremo en Dios.

En cambio, para los cristianos, lo que podemos conocer de Dios lo sabemos a través de Jesús, y él nos transmite una imagen de Dios bien diferente.

Leemos en evangelio de san Lucas 19, 28-40:

Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ¿Por qué lo desatan?, respondan: El Señor lo necesita”. Los enviados partieron y encontraron todo como Él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: “¿Porqué lo desatan?” Y ellos respondieron: “El Señor lo necesita”. Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras El avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Pero Él respondió: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras”.

Palabra del Señor

Al concluir su predicación en Galilea, Jesús “endureció su rostro” y emprendió decididamente su viaje hacia Jerusalén, donde tenía que cumplirse su éxodo, su pasión, muerte y resurrección. A lo largo del viaje él va demostrando cuál es su misión, e indicando el camino que deben recorrer los que caminan con él, los que quieran ser sus discípulos y discípulas. Cuando llega cerca de Jerusalén, prepara cuidadosamente su ingreso a la capital. Es la meta de su viaje. En Jerusalén realizará su última manifestación, que se concluye fuera de la ciudad, en el monte Calvario.

Es el tiempo en que llega a Jerusalén una muchedumbre inmensa de peregrinos, para celebrar la fiesta de la Pascua. En ese momento reviven las esperanzas mesiánicas, que las distintas corrientes cuidaban y alimentaban. Algunos soñaban con un Mesías poderoso y guerrero, otros con un Mesías juez, o sacerdote, o rey… Jesús se inserta en el flujo de los peregrinos y de sus sueños mesiánicos, pero aclara cuál es el tipo de mesianismo que él realiza. Envía a dos discípulos para que le traigan un asno, y montado en él entra en la ciudad. No es la cabalgadura de los conquistadores, que entraban gloriosamente con sus caballos en las ciudades sometidas. El burro en ese tiempo servía para arar, para traer la cosecha del campo, útil en todos los trabajos, era la extensión de los brazos del hombre, estaba al servicio de la vida, no de la guerra y de la muerte, como los caballos. Lucas insiste en subrayar que el asno está ‘atado’, “que nadie ha montado todavía”. Ningún jefe militar, civil, religioso, se había subido en él, había hecho la opción de humildad y servicio de Jesús. Él lo elige, para indicar la originalidad de su mesianismo. Es el Mesías anunciado por el profeta Zacarías: “Mira a tu rey que está llegando, justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra. Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra y proclamará la paz a las naciones” (9, 9-10): un mesías siervo, que trae la paz. Entra en la ciudad para entregar su vida.

Tal vez algún discípulo lo habrá parcialmente entendido. Muchos otros lo proyectan dentro de sus expectativas mesiánicas nacionalistas: “la gente extendía sus mantos sobre el camino”. Todos proclaman: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”.

El grito del pueblo molesta al poder. Algunos fariseos le exigen a Jesús: “Maestro, reprende a tus discípulos”.

Jesús sabe bien que no se puede acallar la buena noticia: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras”. Gritará sobre todo la piedra “muy grande” que tapaba el sepulcro, cuando será removida para anunciar la fuerza irresistible de la resurrección.

Fuente: LA PATRIA
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