Jueves 21 de marzo de 2013
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Lleva menos de una semana ejerciendo su nueva función de sucesor de san Pedro y el Papa Francisco ya ha conquistado los corazones de millones de personas.
Hemos podido comprobar su sentido del humor ya desde los primeros minutos, cuando dijo que los cardenales habían ido a buscar al nuevo Obispo de Roma casi al fin del mundo. Hemos constatado su sencillez, al inclinarse ante la multitud reunida para que rezaran por él al inicio de su ministerio, al renunciar a ser trasladado en un coche privado a la Casa Santa Marta para la cena con los cardenales la misma noche de su elección, al ir a pagar la cuenta a la recepción del lugar donde se hospedó durante los días de las Congregaciones Generales.
Hemos sido testigos de su cercanía a todos: ha hablado por teléfono con el Papa emérito Benedicto XVI y el próximo sábado irá a verlo personalmente a Castel Gandolfo, ha ido a ver a la clínica a un cardenal que ha sufrido un infarto hace pocos días, ha llamado al Superior General de los jesuitas (orden a la que pertenece), ha concedido una audiencia a los periodistas en el Aula Pablo VI, ha saludado personalmente a un montón de fieles tras la misa dominical en la parroquia de Santa Ana. Hemos oído también dos ideas fundamentales en sus exhortaciones: la primera, que quien no quiere acercarse a Dios, inevitablemente se acerca al demonio; la segunda, que Dios es misericordioso.