Lunes 18 de marzo de 2013
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Si hay personas con una profunda capacidad de amar de forma desinteresada e incondicional, esas son las personas con síndrome de Down. Pueden mostrarse caprichosas, pueden pretender ser centro permanente de atención, pueden ser egocéntricos pero aman siempre sin esperar nada a cambio y dan todo lo que tienen en su interior con el único deseo de que se les devuelva amor por su amor. Quieren a las personas cercanas por lo que son y no por lo que de ellas pueden alcanzar. Dan cariño sin esperar una recompensa, de una forma espontánea y natural de la que no son conscientes y que, por eso mismo, no parece que les cueste ningún esfuerzo, como si formara parte de su naturaleza.
En el corazón de las personas con síndrome de Down no hay lugar para el rencor. Esos minúsculos corazoncitos, con tantas insuficiencias y anomalías, cuentan con un poder añadido con el que nacieron todos ellos: son tan pequeños que el rencor no tiene cabida, no encuentra un hueco donde instalarse y son incapaces de odiar por mucha maldad que se haya vertido sobre ellos. Olvidan con facilidad las afrentas y devuelven cariño por dolor, como si su memoria fuera incapaz de recordar el daño que les hicieron. Venimos al mundo solo para dos cosas: para aprender y para amar. En realidad, para aprender a amar. De esta vida lo único que nos llevaremos es aquello que hayamos dado y las personas con síndrome de Down llevarán repleta su valija, pues mucho es lo que aportan.