Domingo 17 de marzo de 2013

ver hoy










En las cercanías de Sucre, en lo que sin duda fue el inmenso y soberbio jardín del palacio de los Príncipes de La Glorieta, a orillas de un lago artificial donde el sweet swan invitaba a la contemplación y el sosiego del espíritu, se alza una pequeña construcción hexagonal de blancas columnas llamada: Quiosco de Meditación.
Una tarde de octubre, refugiado en esta edificación abierta a los horizontes, pura arquitectura verbal sin paredes –mezquino ser de ambiciones desmedidas–, apetezco la lejanía, pero, claro, solo alcanzo a vislumbrar la ínfima mesura permitida por los dioses; los límites adecuados a los hombres.
Columnas marmóreas añorando dóciles cariátides que sostengan este techo –pretendida circunferencia del mundo. Desde este centro quimérico, como si toda contemplación fuese un modo privilegiado de aprendizaje, se busca lo oculto y lo revelado. Falsa tentación el conocimiento, se empecina, no obstante, en las largas horas de la quietud contemplativa. ¿Qué sentido late tras las formas que es dado percibir? ¿Hacia dónde los caminos, las cosas, todo esto?
Preguntas, o equívoca fruición a menudo insulsa. Los avatares que nos gobiernan están más allá de los visibles horizontes y solo queda imaginar dudosas manías para soportar este desamparo –aun cierto.