La reciente muerte del Presidente bolivariano me ha hecho revivir el inolvidable encuentro personal que tuve con él en el Palacio de Miraflores, hace ya nueve años.
Después de dos días transcurridos en reuniones técnicas con el Ministerio de Hidrocarburos y PDVSA en Caracas, y faltando horas para mi regreso, se me avisó que el Presidente Chávez me recibiría esa tarde. No me lo esperaba, pero me pareció una muestra del aprecio que le tenía a Carlos Mesa, quien me había encargado esa misión.
Por entonces, Hugo Chávez Frías era ya un personaje de talla mundial, de modo que el hecho de conversar con él, aunque fuera durante unos pocos minutos, me pareció una experiencia extraordinaria.
Ya en la sala de espera, después de revisar junto a nuestro embajador que todo estuviera en orden con mi cámara digital (¡no me perdería para nada al mundo una fotografía de ese encuentro!) y repasar los temas que posiblemente abordaríamos, me fijé en los numerosos militares que entraban y salían con un infaltable habano en la boca, signo inequívoco de una influencia no sólo política de la isla.
Una vez en el despacho, amplio y dominado por dos enormes retratos, colocados frente a frente, uno de Simón Bolívar y el otro de José Antonio de Sucre, Chávez me recibió con una afabilidad que hubiera desarmado cualquier recelo ideológico, que por cierto nunca tuve. En el fondo, creía que el objetivo de ese encuentro se reduciría a una visita protocolar, como broche de mi misión.
Pero, para mi sorpresa, Chávez parecía no tener apuro. Empezó preguntándome por mi profesión, para luego encaminar una amena conversación acerca de la física y de mi campo de investigación. Me confesó que de joven quería ser físico, lo que no me sorprendió mucho: había escuchado antes que él solía afirmar que siempre había soñado ser músico, filósofo, religioso, antropólogo y cuantas profesiones pueda uno imaginar. Se interesó por mi familia, mis motivaciones para quedarme a vivir en Bolivia y, desde luego, llegamos a abordar las razones que sustentaban la política energética del gobierno de Mesa. Recuerdo que inclusive me lucí con mis (escasos) conocimientos de la legislación venezolana del gas, haciéndole notar algunas incongruencias de su ley. Con su estilo peculiar interpeló a su Ministro de Hidrocarburos ahí presente, quien me dio la razón, sonrojándose y atribuyendo la falla a su colega de Economía. El tema se cerró con la orden de Chávez de cambiar ese artículo de la ley. No sé si se lo hizo, pero sentí que lo había impresionado.
Después de más de dos horas de amena conversación, el Presidente cayó en la cuenta que debía renunciar a un compromiso electoral por la hora avanzada. A mi turno le informé que también había perdido mi vuelo, pero que no me pesaba en absoluto. Rechacé cortésmente su ofrecimiento de ponerme a disposición un avión para devolverme a Bolivia, luego le obsequié un libro de mis columnas de opinión, nos sacamos un par de fotografías que conservo con cariño y nos despedimos cordialmente.
Hugo Chávez no dejó, por un tiempo, de mandarme saludos mediante conocidos comunes, pero nunca más volví a encontrarlo. Supe, sin embargo, que a los pocos días de mi visita intentó acercar las posiciones del gobierno de Mesa con las del MAS. Finalmente, cuando Carlos Mesa renunció, recibí una invitación, en su nombre, para unirme al equipo de asesores del Ministerio de Hidrocarburos en Caracas, ofrecimiento que decliné sin vacilar.
En fin, si en el juicio final se me llamare como testigo, hablaré con gusto, en su descargo, de las innegables virtudes humanas de Hugo Chávez Frías.
(*) Es físico
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