¿Se imaginan un país donde las personas no sepan lo que hace un médico o un abogado? Seguramente habría muchas personas enfermas y otros en la cárcel o en líos legales. De una u otra manera las personas saben lo que hacen ellos, pero muy pocos saben lo que hace un economista. Y cuando eso sucede, los ciudadanos no saben cómo evaluar las decisiones que toman los gobiernos, las empresas, los sindicatos, los cuerpos legislativos, los órganos judiciales, el por qué hay cada vez mayor inflación, o por qué suben los precios del petróleo, de los minerales, de la canasta familiar, etcétera.
La economía no es una ciencia exacta, como tampoco lo es la medicina: los diagnósticos pueden diferir entre especialistas y los tratamientos varían con el tiempo. También, como en la medicina, es importante tener un buen ojo clínico, para poder intuir la mejor forma de plantear los problemas, y la capacidad de presentar explicaciones claras, sencillas y atractivas. Así, algunas veces se ha planteado la economía como “arte”, además de como “ciencia”.
Cuando se trata de hacer suposiciones, los economistas son verdaderos artistas. Pueden suponer casi cualquier cosa y, en realidad, hace algún tiempo un chiste profesional “in”, entre economistas era el siguiente: un brillante físico teórico, un ingeniero y un economista estaban en una isla desierta y se morían de hambre. Tenían una lata de arvejas, pero no tenían abrelatas. El físico teórico examinó la lata y calculó, por sofisticados métodos matemáticos, el punto más débil en una estructura cilíndrica en el que se pudiera comenzar a aplicar una presión. El ingeniero se puso a buscar un objeto afilado para abrir la lata. El economista dijo: “supongamos un abrelatas…”
En un mundo que está constantemente en movimiento dinámico, los economistas se la pasan suponiendo que “todo lo demás es constante”. Al hacerlo se demuestra que la economía es una disciplina apasionante y dinámica. Por ejemplo la economía no es una ciencia que se rija por reglas físicas. Muy por el contrario, es una disciplina que usa la filosofía y las matemáticas para diseñar sistemas para administrar recursos. Es decir, está teñida por ideologías sean: marxistas, liberales, distributistas, cepalinos, etc., haciendo que tengan diferentes combinaciones de dotes, porque en realidad el área de trabajo de un economista es realmente extensa, por algo a veces dicen que los que estudian economía son “todólogos”, es decir que en algunos casos son: matemáticos, historiadores, estadistas, periodistas, políticos, y filósofos (en cierto grado).
El buen economista siempre defenderá sus argumentos utilizando análisis empíricos desapasionados, con fuentes de información objetivas. Por eso mismo, estará abierto a ajustar sus posiciones en función de la evidencia más reciente y concluyente. El malo, por su parte, abusará de las cifras. Las utilizará a su discreción y preferirá esconder un dato antes que reconocer que este lo obliga a cambiar su posición.
La receta para ser un buen economista contiene curiosidad por comprender las acciones humanas, capacidad para abstraer principios y rigor de análisis. Todo ello señala que si la calidad del economista es buena seguramente saldrá un buen caldo, porque se habrá planteado diferentes soluciones al problema, y este puede tener muchos usos.
(*) Economista
gustavoangelo3@gmail.com
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