Las proyecciones del INE a 2011 establecían en más de 950 mil los habitantes a la populosa ciudad de El Alto. Según datos del anterior censo, el 60 % de los habitantes son migrantes de otras partes del país pero, principalmente de las provincias de La Paz. A sus 28 años de vida, pues fue creada en 1985, esta urbe se constituye, al igual que la ciudad de Santa Cruz, en uno de los mayores centros de mesticidad y modernidad atesorando un sin fin de potencialidades que emergen más que por el apoyo de sus autoridades, por el impulso de sus habitantes.
Ciudad de emprendedores, se resiste a caer en manos del facilismo de la droga y el contrabando, aunque estas actividades, cada día más, avanzan e impregnan la vida cotidiana de los alteños. La mayoría de sus habitantes quisieran desterrar del imaginario colectivo aquello que los medios de comunicación, propios y ajenos, se empecinan en divulgar: ciudad violenta, insegura y resentida.
En los últimos años, las equivocadas políticas estatistas que se han impuesto en el país, han dejado su huella en El Alto y Ametex es la mayor y peor demostración de las consecuencias de la asfixia y desprecio por la iniciativa privada por parte del Estado. Pequeñas y medianas empresas (metalmecánica, carpintería, orfebrería, textiles) que hacían de El Alto la ciudad industriosa, la Shanghái boliviana le decían algunos, se han visto obligadas a cerrar, reducir sus inversiones o irse a mejores destinos (a Arica o Arequipa en el exterior). Cientos de microempresas al igual que miles de de desempleados han hallado en el contrabando, la construcción, bares, cantinas y lenocinios la oportunidad para que el dinero proveniente de la minería informal (mal llamada cooperativista) y del narcotráfico circule y se blanqueé.
Los famosos edificios “combos”, ubicados en la Ceja, Villa dolores, Alto Lima, Villa 16 de Julio, Villa Adela y otras populosas zona que albergan a las mas de 580 juntas vecinales, han proliferado cual hongos libidinosos y venenosos: abajo tiendas de comercio, arriba restaurant, más arriba salón de fiestas/karaoke y más arriba piezas de motel. Algunos de estos edificios coronan con mini chalets en sus terrazas donde viven los dueños o son alquilados. “Casi todos los dueños de los edificios y locales de la Ceja, me decía un amigo, viven en la ciudad. Sólo suben a El Alto a cobrar los alquileres”.
De esta manera, comercio y lujuria son la combinación perfecta para esconder los problemas de la vida y del dinero mal habido.
De cada 10 enfermos que son atendidos en El Alto, 4 provienen directamente de las provincias de La Paz. El migrante campesino que llega a El Alto difiere mucho del migrante colla que recibe Santa Cruz. El colla para irse en busca del sueño boliviano, antes acumula experiencia y dinero en el Collao (para lograr su capital de arranque trabaja y vende algunos bienes). Con ese capital humano y monetario va a la conquista de la modernidad y el desarrollo en el oriente. Busca acrecentar su capital. En cambio el migrante que recibe la ciudad de El Alto, es un migrante que se viene con las manos vacías (khalasiqui). Es un migrante insatisfecho por el olvido del Estado en su comunidad, en su provincia. Es un migrante que harto de esperar, viene a volcar su frustración y rencor en El Alto porque sabe que es la mejor forma de asediar al Estado para, de no ser escuchados, asaltarlo. El migrante que llega a El Alto quiere respuestas y soluciones ¡ya! Por ello el grito de guerra (“¡cuándo carajo - Ahora carajo!”) resume el espíritu de sus habitantes que siempre están en emergencia hasta las últimas consecuencias. Por ello, El Alto es la ciudad que paga la deuda social que se debe a las provincias.
Bajo esta óptica, no es suficiente mejorar las condiciones sociales e infraestructurales de El Alto, se debe hacer una intervención estructural que trascienda a esta ciudad. Si solo nos concentramos en mejorar El Alto, este se convertirá en el dulce de las provincias que, como ya ocurre, lo llenarán sin que se pueda satisfacer la demanda. Es tarea de los gobiernos locales y nacionales el encarar intervenciones regionales, que involucren no solo al área metropolitana, que podría ser un buen comienzo, sino a las provincias que trascienden el lago Titicaca (al norte) y que llegan a las pampas de la provincia Gualberto Villarroel (al sur).
Los problemas alteños de agua, alcantarillado, transporte público, basura, informalidad, desempleo, violencia y delincuencia requieren un tratamiento particular pero también regional. El Alto es la primera ciudad región de Bolivia y esto obliga a cambiar la forma de intervención estatal. Tremendos desafíos para una ciudad joven, poblada y rebelde.
(*) Ciudadano de la República de Bolivia
Hoybolivia.com
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