Lunes 04 de marzo de 2013
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El religioso chileno Ronaldo Muñoz, que había tenido como director de su tesis en teología al entonces profesor Joseph Ratzinger, es quien ya en 2006 me dio claves para entender la evolución de Ratzinger. Era un profesor y autor de numerosos libros y artículos bastante abierto a nuevas ideas. Participó en el Concilio Vaticano II (1962-1965) como teólogo asesor del cardenal Frings, de Colonia, y fue entonces considerado muy partidario de la reforma, junto con otros como Rahner, Küng o Congar.
Concluido el Concilio y siendo profesor en Tubingen ocurrió la rebeldía estudiantil de mayo 1968 en París, a la que pronto se plegaron otros muchos, incluidos muchos de sus estudiantes. Ello le hizo mucho más cauteloso. Esa línea se fortaleció desde que Juan Pablo II en 1981 le dio el cargo de Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, heredera de lo que antes se llamaba el Santo Oficio y, entre 1542 y 1909, la Santa Inquisición.
Los cambios de nombre cambiaron por suerte también los estilos, pero su función ha seguido siendo custodiar autoritariamente la “correcta doctrina” dentro de la Iglesia Católica. Desde ese cargo Ratzinger ha sido objeto de bastantes críticas, por ejemplo, por su actitud frente a la teología de la liberación, a ciertas formas de diálogo inter-religioso, al celibato opcional de los sacerdotes y al acceso de las mujeres al sacerdocio.