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Domingo 03 de marzo de 2013

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

“JAIME LAREDO” de Franklin Anaya

03 mar 2013

Fuente: LA PATRIA

Fragmento de la biografía que escribiera en 1959*

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El Concurso de Bruselas

La Reina Isabel de Bélgica, viuda del Rey Alberto I y abuela de Balduino, el actual soberano de esa nación, tiene entre otros méritos el de ser una violinista de talento y un espíritu inquieto y promotor de la cultura musical. Desde su elevada posición, patrocina el Concurso Bienal de Bruselas que, desde hace dos décadas,[1] viene ganando merecido prestigio hasta alcanzar la fama de ser, junto con el de Moscú, uno de los festivales de arte más serios del mundo. En él participan sea como organizadores, jurados o concursantes, los músicos de mayor talento procedentes de los cuatro puntos cardinales. La edad de los aspirantes a los premios está limitada entre los dieciocho y los treinta años. Los antecedentes de los postulantes deben contar con la recomendación de maestros o institutos de prestigio universalmente reconocido. En el concurso alternan la composición, la ejecución de piano o la de violín. En este último caso, el competidor debe salvar tres pruebas de progresiva dificultad técnica, la tercera de las cuales consiste en interpretar un concierto para violín y orquesta elaborado especialmente para el concurso. El compositor francés Darius Milhaud,[2] uno de los más significativos de la música moderna, recibió el encargo de escribirlo.

Jaime Laredo acepta el reto de Bruselas y el 5 de mayo de 1959, armado del famoso violín Stradivarius, conocido con el nombre de “El Emperador”, que le facilitara la Fundación John Phipps, de Nueva Cork, saca bolos para la primera rueda eliminatoria del concurso junto con ochenta y tantos competidores. De éstos, llegan a la segunda rueda veinticuatro y, a la tercera, los doce finalistas que deben decidir puestos ejecutando el hasta entonces desconocido concierto de Milhaud. En la segunda prueba, Jaime interpreta la Sonata N° 4 de Eugenio Ysaye sin desperdiciar ninguna de las posibilidades sonoras del texto… Luego ataca con maestría la temida partitura de Jean Absil, profesor de armonía del Conservatorio de Bruselas. Haciendo gala de estilo brillante, ejecuta el malabarista Scherzo en Sol Menor de Wianiaiwski y, después de ser ovacionado triunfalmente, ejecuta, ya más seguro de sí mismo, la parte final del Concierto en Sol Menor de Max Bruch. El gran violinista ruso David Oistrakh, no obstante su calidad de miembro del jurado calificador del concurso, no puede reprimirse entonces el impulso de decir a Jaime: “You are the best” (Tú eres el mejor). Pero aún queda la última prueba para la cual los doce finalistas permanecen incomunicados durante una semana en la Capilla Musical de la Reina Isabel, situada en los aledaños de Bruselas. Ahí ellos estudiarían de memoria y sin ensayar con la orquesta las cincuenta y cinco demoníacas páginas del Concierto Real de Milhaud.

La partitura de un concierto para violín y orquesta es el dibujo de un tejido sonoro en cuyos trazos duermen los misterios de la música como en un capullo. Llega el momento en que un centenar de extraños seres humanos vestidos de negro al templar sus instrumentos musicales expanden como incienso el rumor sutil de la materia; entonces el capullo se estremece, cunde la sombra, pesa el silencio, y a una señal del Director que oficia de Sumo Sacerdote, surge el concierto palpitando el violín como genio huidizo y estimulante de ansias inefables.

El 28 de mayo llega la prueba decisiva en que Jaime descubre la obra de Milhaud, toca las Seis Danzas Rumanas de Bartok y finalmente el Concierto en Re Menor Op. 47 de Sibelius. Si en Milhaud solo “Albert Marcov, de Rusia, y él realizaron la hazaña de obtener el máximo partido”, fue con el Concierto de Sibelius que Jaime afirma su superioridad al desarrollarlo con ímpetu controlado y claridad tal, que a momentos –como el de la cadencia– parece que de su arco brotaran las palabras para conferir a la melodía su significado preciso. “No hubo en la sala nadie que no hubiese sido impresionado por la interpretación de Laredo –escribe el crítico Paul Tinel, de Bruselas–, interpretación cargada de reflexión y de una vida sentimental que el artista transfirió en ardiente estremecimiento”, logrando así un soberbio equilibrio que tenía la firmeza de la roca de grano apretado y duro.” Un atronador aplauso siguió a la actuación de Jaime. El Director de la Orquesta de Bruselas, Franz André, acariciándole las mejillas, le dijo: “Has tocado como un ángel”, pero ¿cómo adivinar lo que pensaban los jueces? El fallo que lo declaró vencedor se hizo esperar hasta la 1 y 15 de la madrugada del 31 de mayo, en que Jaime fue llamado por Galamian, Oistrakh, Grumiaux, Gioconda de Vito, Yehudi Menuhim, Francescatti, Marcel Cuvilier y demás miembros del numeroso jurado. En tal apremio, olvidando el héroe toda circunspección y protocolo, corrió a su maestro Iván Galamian, a quien abrazó y besó. Este momento descubre ternura y gratitud que maestro y discípulo conjugan con emoción intensa, mientras las celebridades del jurado inclinan la mirada, pensando acaso que no existe un eslabón de la verdad más puro, más liberado de las sombras del egoísmo o del prejuicio, que el afecto entre maestro y discípulo de talentos, cuando a éstos ha elegido el destino luminoso de la cultura. Y así concluyó “la batalla musical de tres semanas seguida ávidamente por el público a través de la primera página de todos los periódicos y de todas las radiodifusoras del mundo, las cuales cubrieron sus noticias en forma excepcional hasta las últimas horas del 31 de mayo de 1959”. “Al tesoro que contiene todos los tesoros, como el que Fausto deseaba tener en la edad que florece y espera –dice también Tinel– Laredo añade el privilegio de una madurez precoz; pero si es musicalmente ya maduro, su corazón sigue siendo y creo que siempre lo será el de un niño embebido de gratitud y de modestia. Cuando llama por teléfono a sus padres que están ansiosos al otro lado del Atlántico, les dice: “El premio que acabo de ganar es vuestro y la medalla lucirá mejor en el pecho de mi madre”… “Perdónenme si no les puedo escribir largo porque la responsabilidad que he adquirido me impone trabajar sin interrupción para superarme.” Y así fue en efecto. En sus actuaciones posteriores de Bruselas, como el memorable concierto de gala que dio ante la realeza, Jaime deslumbró. Al escucharlo, ya no interesarían los laureles ni las vidas puestas en tensión para cosecharlos, es la belleza del nuevo hecho de arte, en sí mismo, el que hace la paz y la alegría en el corazón. Y fue por ello que la Reina Isabel, vestida de pureza, los grandes maestros y críticos de la música y el delirante público que lo escucharon, pusiéronse de pie para aplaudirle e imponerle una nueva medalla en nombre de la ciudad de Bruselas, medalla que Jaime recibió expresando “que no era para él sino para el pueblo de Bolivia, su patria.”

*Fuente:

http://franklinanaya.blogspot.com/2008/05/ii-el-concurso-de-bruselas.html

Fuente: LA PATRIA
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