Siempre he sentido especial consideración, comprensión y afecto hacia el pueblo de Santa Cruz, que, desde el tiempo de la Real Audiencias de Charcas, ha demostrado, enigmáticamente, magníficamente, su resuelta voluntad, además de los factores propios a la filosofía de la Historia, su resuelta voluntad de ser parte integrante, parte esencial de la nación boliviana. Así es como, en los avatares que trajo consigo la Colonia, hubo cuatro provincias: La Paz, Potosí, Charcas y Santa Cruz que, todas cuatro, ya perteneciendo al Virreinato de Lima, pasando luego al Virreinato de Buenos Aires, a través de indecibles eventualidades, para proclamar su Independencia y dar lugar a Bolivia, conservaron siempre su unidad.
Recuerdo la primera vez que llegué a esa tierra, en los postreros años del siglo XX, cuando aún se llegaba a la hoy ex Terminal y el “Chiriguano” parecía recibirnos, arco en mano, simbolizando lo indómito de aquel pueblo; cuando mi padre me decía que en la Plaza 24 de Septiembre habitaban los osos perezosos. Encontrábase el visitante entonces con una ciudad que mostraba a flor de piel aún, en la mayor parte de su extensión y a excepción de lugares que ya denotaban a la moderna urbe, a la feliz comarca de calles arenosas que en otro tiempo fuera. Era por entonces Equipetrol su más próspero y aún lujoso paraje. Ahí visitamos, trémulos de curiosidad, niños aún, la casa del general Banzer y ésta era una muestra del todavía naciente poderío económico que aquella urbe alcanzaría. Tanto tiempo habrá pasado, que entonces pensábamos que era una mansión.
Por aquel entonces la migración del occidente boliviano era ya patente, aunque no en la magnitud que hoy ostenta. De ese tiempo, acaso 1998, cuando Santa Cruz no era todavía la metrópoli en germen que es hoy, esta urbe ha incrementado espléndidamente su inmigración occidental, en el mismo nivel en que ha crecido como ciudad.
Siempre reconocí la calidad intelectual de insignes hombres de letras, empero más reconocí y admiré una secreta y en no pocas veces pública vocación de integración nacional en sus publicistas, que en materia de política los tiene y de jerarquía real. Abstracción hecha de G. R. Moreno; aun cuando sé que citar nombres es en veces insidioso por el olvido que asecha y por el poco espacio de que se dispone para nombrarlos a todos, quiero evocar a Enrique Finot, cuya erudición en literatura e historia boliviana es encomiable, diplomático de nota y excanciller de la República; Humberto Vásquez Machicado, historiógrafo conspicuo; Hernando Sanabria Fernández, ensayista y crítico de René Moreno; Enrique Kempff Mercado, prosador de nota, exsenador de la República; Manfredo Kempff Mercado, ensayista filósofo, autor de una “Historia de la Filosofía en Latinoamérica”; y últimamente Manfredo Kempff Suárez, articulista de nota, prosador, novelista, representó a Bolivia en el exterior como agente diplomático, embajador, colaboró en el último gobierno del general Banzer y actualmente sus notas periodísticas son de valía; Enrique Fernández García es hoy, joven ensayista de elevado vuelo nacido también en Santa Cruz de la Sierra.
Melancolía da hoy al cronista, al recordar la Santa Cruz del anterior siglo, tan parecida y tan distinta a la potencia económica, agroindustrial y comercial que hoy se yergue por donde el sol irrumpe a toda Bolivia. Equipetrol ya no es gran cosa al lado de las “Colinas del Urubó”, urbanización cerrada que, atravesando y detrás del Piraí, constituye, sin exagerar, algo así como una ciudad privada, con una extensión que linda en la de, precisamente, una ciudad, con servicio de seguridad propio, caminero, motorizado (en motocicleta y vehículo), resguardo que, para ingresar, procede cual policía en las trancas más conflictivas, requisando vehículos, maleteros, debajo de los asientos, etc., así como para salir, claro que exceptuando a propietarios, donde se muestra la prosperidad económica y el poderío monetario que en no pequeña escala se desarrolla en Santa Cruz.
“La Bolivia del futuro”, decía D. Alberto Ostria Gutiérrez al referirse al oriente de Bolivia. Santa Cruz es, pues, la Bolivia de hoy, empero más correcto es decir, Santa Cruz se integra hoy, mucho más que ayer, y uniendo su portentoso patrimonio natural y humano al resto de Bolivia, está contribuyendo a fisonomizar, con el histórico occidente en nada desmerecido ante el fenómeno oriental, antes bien, consagrado; con ese otro fenómeno que es el esplendor de El Alto y su crecimiento a la par; con el occidente, entonces, asistimos hoy a una empresa no menos ardua que el desarrollo material, y es construir una cultura nacional o sea una manera de co-estar en el mundo.
Todavía está en mi ánimo el paisaje indómito, casi avasallador que, desde “San Javierito”, lugar apartado de la antedicha urbanización, desde donde, observando cómo los monos, a pocos pasos de las residencias, la pasaban bomba, pensaba en que el hecho de constituir antípodas, si cabe, el yermo frío del occidente y la selva caliente y humedísima del oriente bolivianos nos emplaza a desplegar la obra humana, que para eso estamos en el mundo, en este caso de construir, mejor dicho continuar la obra constructora, de una nación o sea de una organización de co-estar, tarea suprema del Ser que se relaciona entre sí dentro de una nación, así como las naciones se relacionan entre sí dentro del mundo.
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