Tenemos en América Latina varios gobiernos populistas – sin que ese término conlleve connotaciones negativas -, pero diferentes entre ellos, no sólo por estilo de gobierno, sino por la visión del desarrollo. Sus metas son las mismas: reducir la pobreza, buscar la seguridad energética y alimentaria, reeditar la fe en el Estado, aprovechando la bonanza coyuntural, y, sobre todo, mantenerse en el poder “vida natural durante”. Sin embargo los caminos elegidos para alcanzar esos objetivos son tan diferentes como Atenas lo fue de Esparta.
De hecho, Bolivia y Ecuador tienen políticas científicas muy divergentes. Eso puede deberse, en parte, a la diferente formación que han recibido los dos mandatarios: uno, Evo, sindicalista, luchador incansable y carismático por la coca, y luego reciclado, sin muchas raíces ni convicción, como líder de las reivindicaciones indígenas, defensor de la madre tierra y mesías del nuevo tiempo. El otro, Correa, doctor en economía, conocedor de vicios y virtudes de organismos internacionales por los cuales trabajó, y obsesionado por la hostilidad de una prensa cerrada a toda reforma de la sociedad (¡cómo quisiera Correa tener los influyentes medios de prensa “privados” afines al Gobierno de Evo!).
Consecuentemente con su trayectoria, Evo entiende el valor de conceder al pueblo lo que pide y aprecia: canchas con césped sintético (que no requieren cuidados) y escenarios deportivos, no importa si desproporcionados al tamaño de las poblaciones. Su modelo es la atlética Esparta, o la deportiva Cuba. Correa, a su vez, entiende el valor de los estudios, de la ciencia y la tecnología para el desarrollo sostenible de su país e invierte en mejorarlos. Su modelo es la docta Atenas, o la tecnológica Corea del Sur.
Asimismo, Evo, dándole cuerda al esoterismo andino del Canciller, cree en la astrología, en especial en la capacidad de los astros y las cosas inanimadas de cambiar el destino de los hombres (recuerden el “puchero esotérico” guisado con motivo del encuentro en la isla del Sol) y convoca a una miríada de grupos “new age” a movilizaciones para cambiar el mundo con la arqueo-sociología y la fantasía política. Correa, por su lado, cree en la importancia de una mejor preparación científica de las nuevas generaciones y lanza ambiciosos programas para repatriar o atraer al Ecuador a científicos de renombre para que capaciten y ayuden a los jóvenes profesionales de su país en dar el salto tecnológico que puede asegurar un futuro mejor, sin apostar perennemente a la renta extractivista. Un ejemplo es el programa Prometeo que ha logrado contratar a centenares de científicos de gran trayectoria, gracias a un presupuesto generoso que permite al mismo tiempo adquirir instrumentos de avanzada para completar esa formación. ¡Cuánta diferencia con nuestro medio dónde el IDH logra financiar a duras penas proyectitos de treinta mil dólares, al tiempo que los sueldos de los investigadores siguen congelados en los niveles más bajos de la región!
Mientras entre nosotros hasta la Ciencia se ha vuelto parte de las paranoias masistas, Ecuador sabe aprovechar las crisis, en especial la actual de Europa, para repetir, en pequeña escala, la gran movilidad cultural, artística y científica que se dio en el siglo XVII debido a la bonanza económica de las colonias del nuevo mundo, o la otra, producto de la guerra civil española, que obligó a reconocidos científicos de ese país a migrar a Sudamérica impulsando la ciencia y la tecnología y formando valiosos profesionales, procesos de los cuales también Bolivia salió beneficiada.
(*) Es físico
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