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Domingo 24 de febrero de 2013

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Revista Dominical

Éste es mi Hijo

24 feb 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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A veces una persona puede estar viviendo un largo tiempo de oscuridad y confusión, y de repente una iluminación, como un relámpago, le permite descubrir el sentido del momento que está viviendo y ubicarlo en el contexto coherente de su vida.

Algo así, tal vez, quería ser la transfiguración de Jesús, como la presentan los evangelios sinópticos.

Leemos en el evangelio de san Lucas 9, 28-36:

«Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto».

Jesús había percibido claramente que su misión chocaba con los intereses de las autoridades religiosas, y que la oposición iba creciendo, al punto que ya puede prever que el resultado final será su eliminación. Por eso prepara a sus discípulos, anunciándoles su pasión y muerte, y explicándoles que también sus seguidores, si continuarán su obra de liberación, de justicia y de amor, encontrarán la misma oposición. Es un momento de gran desconcierto.

Para superarlo, “Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar”. Son los discípulos que más sueñan con un mesías poderoso y nacionalista y con su participación en el poder, y se resisten al anuncio de la pasión de Jesús. Ellos son testigos de su transfiguración: “Su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante”. La experiencia, en un contexto de oración, es un adelanto de la transfiguración pascual, y tiene que prepararlos para entender el camino de Jesús: su verdadera gloria será la entrega de la vida por amor. Lo manifiestan los dos personajes que aparecen conversando con Jesús: Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Dialogan con Jesús, como antiguamente habían dialogado con Dios. Hablan “de su partida, que iba a cumplirse en Jerusalén”. Todo el Antiguo Testamento confluye en Jesús, en su “éxodo”, en su pasión, muerte y resurrección.

Los tres discípulos “tenían mucho sueño”. Son los mismos que dormirán en otro momento supremo, en el huerto de los Olivos. No es sólo un sueño físico: demuestra su dificultad de entender y seguir a Jesús. La propuesta de Pedro: “Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”, manifiesta el deseo de permanecer en el pasado, recordando la alegría incontenible de la fiesta de los Tabernáculos, de la recolección de las frutas. El comentario de Lucas es doloroso, y subraya la incomprensión: “Él no sabía lo que decía”.

Desde la nube, que revela y esconde a Dios, se oye la voz del Padre, como en el bautismo de Jesús: “Éste es mi Hijo, el Elegido”. La expresión está tomada de los Cantos del Siervo que sufre, de Isaías. No sólo declara la identidad de Jesús, el “Hijo”, sino manifiesta también su misión de Mesías que asume sobre sí el sufrimiento y el dolor del pueblo. Y el firme mandato: “¡Escúchenlo!”. Ahora es él la Palabra hecha carne, la revelación del amor de Dios. Escúchenlo, en las enseñanzas que transmite, y en el momento más increíble de su transfiguración dolorosa en la pasión y la muerte: es el Hijo, el rostro visible del Padre. Desaparecen otros intermediarios anteriores, y queda “solo” Jesús.

El silencio de los discípulos, que “callaron, y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto”, puede ser inspirado por el temor frente a la teofanía a que han presenciado, pero más probablemente demuestra la dificultad de entender que el destino de Jesús, que va hacia la pasión y la muerte, no es un camino hacia la derrota, sino hacia la vida, una vida plena y definitiva.

Fuente: LA PATRIA
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