La tarde del pasado lunes de Carnaval, con el conductor del taxi que me transportaba, conversaba sobre el aspecto de la calle Bolívar. La arteria estaba completamente sucia con una capa pegajosa que la afeaba, y fue el mismo conductor quien me tocó el tema del desbordado consumo de alcohol de esos días, haciéndome el siguiente comentario: “Es curioso que la gente reclama cuando sube el precio del pan, pero no reclama cuando sube el costo de las bebidas alcohólicas”. En un país pobre, se gastan cantidades ingentes en alcohol, sea éste chicha, singani, cerveza, ron o whisky. Dinero que podría suavizar la pobreza o miseria de muchas familias, pero que va a parar a las arcas de los fabricantes y expendedores de bebidas alcohólicas, con la desastrosa consecuencia de que cada vez hay más jóvenes entre los bebedores excesivos, muchachos que aún laboran en su pubertad.
Uno queda aterrado, cuando observa esas marejadas de jóvenes con botellas y tarros de contenido alcohólico como potencia bebedora en sus manos, que engullen sin mesura en el tiempo previo al Carnaval, durante el mismo y después.
Mientras uno contempla el deplorable espectáculo, recuerda las quejas de la prensa de todo este tiempo, sobre el expendio de alcohol a los menores de edad contra toda ley.
Siempre el alcohol desde tiempos inmemoriales ha sido el aguijón de Bolivia, y es una tentación larvada, que produce muchísimo mal, pero que la oculta haciéndola aparecer como una simple diversión. Quienes están a las puertas de los hogares si uno se ha retrasado en pagar las facturas de la luz, del agua, o del gas, con la amenaza de suspenderle los servicios básicos, no se preocupan de encerrar o castigar a quienes expenden alcohol a adolescentes y jóvenes, facilitándoles ese resbalón que ya se lleva tradicionalmente.
Hemos llegado a acostumbrarnos a estas degradadas tradiciones, sin sentir vergüenza. Los obispos latinoamericanos reunidos en Santo Domingo en 1992, pusieron el dedo en la llaga con esta constatación: “Se asiste así a un deterioro creciente de la dignidad de la persona humana. Crecen la cultura de la muerte, la violencia y el terrorismo, la drogadicción y el narcotráfico, se desnaturaliza la dimensión integral de la sexualidad humana… Se observa una “moral de situación” según la cual algo de por sí malo dejaría de serlo de acuerdo a las personas, circunstancias e intereses que estén en juego” (cf. ns. 235-236).
Durante toda la larga temporada del Carnaval, las tentaciones nefastas para la moral, que se experimentan durante este tiempo, se quedan como hábitos perniciosos a lo largo de la vida. Tristemente, la creciente ingesta alcohólica ha producido, además, una impudicia generalizada. Un joven oficial de la Policía, actualmente en Tránsito, me expresaba su alarma por los mismos hechos, pero especialmente por el visible incremento de mujeres consumidoras de bebidas alcohólicas, y, lo que es peor, féminas menores de edad, que bajo los efectos de las bebidas embriagantes pierden el autocontrol, el pudor.
El pudor tiene una relación estrechísima con el sentimiento de vergüenza, el pudor es un sentimiento de protección de la intimidad personal. Los animales no experimentan el pudor, por tanto es algo que pertenece exclusivamente a la persona humana. Contrariamente, el impudor significa retroceder de la palabra humana al gruñido del animal.
Junto a la falta de pudor, la falta de higiene urbana, es una de las sombras del Carnaval. La gente se ha acostumbrado a tirar sus desechos a la calle. Observe usted a medio día, o al final de la tarde las arterias cercanas a establecimientos educativos y centros universitarios: niños, adolescentes y jóvenes tiran en cualquier lugar, los envoltorios de cuanto consumen.
Somos los ciudadanos quienes no aportamos a la higiene urbana, los que convertimos las esquinas en basureros que acumulan desechos de toda naturaleza, que despiden olores nauseabundos, con lo que contribuimos no sólo a dar un feo y lúgubre aspecto a nuestra ciudad, otrora “la más limpia de Bolivia”, poniendo en riesgo la salud –también la psicológica-, y la integridad de los demás, con la obstrucción de las bocas de tormenta, a lo que los recolectores de plásticos y cartones aportan su cuota y los canes vagabundos la suya.
Necesitamos una reingeniería de la higiene hogareña y urbana, comenzando en la propia familia, donde uno aprende a eliminar adecuadamente la basura, a seleccionar las cosas en función de su utilidad, sin acumularlas, para evitar invadir los espacios del hogar y producir de esa forma graves problemas de convivencia familiar, y, en segundo lugar, como en el caso del expendio de bebidas alcohólicas a menores de edad, debe también sancionarse ejemplarmente a quienes miccionan en los espacios públicos, como si se tratara de trasegar, de igual forma a quienes tiran basura a diestra y siniestra. Degradación de las costumbres que se convierte también en factor nocivo de estrés psicosocial y en riesgo para la salud pública durante el tiempo del Carnaval precisamente. No se puede tapar el sol con un dedo.
(*) Director Nacional de Pioneros de Abstinencia Total
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.