Domingo 17 de febrero de 2013
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La percepción dulce y aromática del destilado
de café y la literatura me sobrevinieron, aun niño,
como imperecedero hecho simultáneo.
Mi abuelo, Juan Capriles, profundo pensador, esclarecido
poeta y mejor sonetista iberoamericano, me instilaba
su sabiduría adaptando a mi mente la complejidad y
los mensajes siempre edificantes de laureados autores.
Así me hizo digerir suavemente al Stephan Zweig y las 24 horas
de la vida de una mujer; significativo estudio biográfico que enseña
la fecundidad literaria y la capacidad de síntesis.
A Charles Dickens y su Oliverio, calando y apropiándose
de mi imaginación en sus infortunios y el ejercicio de la vida
gansteril que por imposición tuvo a seguir, susurrándome el abuelo
lo cardinal que es el hogar y yo que vivía, de vez en
cuando, aterrado, al consumar mis travesuras por la amenaza
de meterme al horno, en siniestra broma que mi culpa
no comprendía y analogía hice con Oliverio cuando días
había de nulo botín.
El Werther de Goethe, clásico inequívoco de las decepciones
de adolescente en el amor y la morbosa persistencia en las
Fuente: LA PATRIA