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Domingo 17 de febrero de 2013

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Revista Dominical

Promesa cumplida, Mamita del Socavón

17 feb 2013

Por: Rosemary Vía Moya

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Cada quien y muy a su manera hace historia, se hace parte del todo o marca la diferencia con su forma de ser o proceder. A veces la historia se escribe de recuerdos y hoy voy a contarles parte de lo que hace a nuestro majestuoso Carnaval orureño, basada en los recuerdos de mi mamá, que tuvo la dicha de vivir estos eventos cuando era una niña de 9 años.

Corría el año 1933 y nuestro país se encontraba en guerra, entre los muchos hombres que fueron convocados a la defensa de nuestro territorio en el Chaco, estuvo mi abuelo, Don Octavio Moya Aguirre, industrial minero y querendón de las tradiciones y costumbres de nuestra tierra, como buen minero y buscador de nuevas vetas era ferviente devoto de la Mamita del Socavón. Vivía en estos parajes con su amada familia compuesta por su esposa Doña Domitila Morales Ampuero y sus dos pequeñas hijas Elvira y Rosa (esta última mi madre).

Él también, como muchos otros, tuvo que dejar a su familia su fortaleza de vida sus tesoros para servir a su país, aunque esto implicara perder su vida en plena guerra; sin embargo, partió a la contienda, no sin antes encomendar con mucha fe y devoción a Dios y a la Virgen María el cuidado de sus hijas y de su esposa. Como hombre de minas, la devoción a la Virgen hizo que al partir hiciera una promesa con la esperanza de volver vivo, confiando en la protección de la Mamita del Socavón y la de su amado Jesús. “Mamita, cuida a mis hijitas y mi esposa y protégeme en el campo de batalla y si me permites volver con vida te prometo que haré bailar a los diablitos en el Carnaval”.

El patriotismo boliviano se hizo respetar a pesar de muchas pérdidas de vidas que dieron lugar al desenlace de la Guerra del Chaco. Mi abuelo Octavio, en el campo de batalla, entre balas cruzadas vio caer a los amigos y camaradas que a gritos desesperados pedían ayuda por seguir con vida y regresar al hogar con su familia, momentos dramáticos, muy pocos sobrevivieron para contarlo y transmitir la historia de aquellos instantes de la guerra. Sean estas palabras un homenaje a aquellos valientes bolivianos que ofrendaron sus vidas.

Como era de esperar por su confianza en Dios y en la Virgen Morena, don Octavio Moya retornó con vida, aunque enfermo de paludismo y también con una disminución severa de audición, ocasionada por las detonaciones en el campo de batalla.

Debido a su enfermedad, sin perder nunca la fe y luego de un largo proceso, ya con la salud repuesta se enteró que para el año 1938 no habría La Diablada por falta de pasante. Entonces vio a ésta como la ocasión propicia para cumplir su promesa y tomó la decisión de ser el “Pasante de la Comparsa La Diablada” (la única que en ese entonces existía) y fue ante los cabecillas de la comparsa a ofrecerse como tal. Los cabecillas eran Pedro Pablo Corrales y su hermano. El ofrecimiento surgido de un pije los sorprendió aunque lo aceptaron, pero dudando de la capacidad de cumplir con todo el protocolo de usos y costumbres que se exigían entonces.

Además tuvo que soportar algunas burlas y escuchar comentarios como “Imata chay q’ara chupa fiestata pasay atinqari” (“Qué va a poder pasar la fiesta ese pelado”) también el descontento y rechazo de su familia, quienes actuaron con desdén y negaron su participación y en cierta medida su apoyo, continuó adelante, pues tenía el amparo de su Mamita y el apoyo de su esposa y sus pequeñas hijas, y el de la familia de su esposa, los Morales Ampuero, quienes ayudaron en la organización y se hicieron parte del evento.

Según recuerda mi mamá, mi abuelo se informó bien de lo que debía hacer, pidió ayuda a Doña Lorenza, mujer conocedora de cuanto debía hacer y cómo debía proceder. Como era tradición fue a “rogar” a los cabecillas de La Diablada para que bailen y también al que sería el ángel, un señor conocido como “Panchulo”.

Y claro está a todo cuanto debía cumplir añadió costumbres y usos de “su clase”.

Sospecho que nuestra Virgen Morena deseaba algo más de esta simbiosis, que esta fiesta fuese de todos y para todos, para lo que empujó a su hijo Octavio a solicitar la ayuda de su hermano Eduardo, que ejercía como Cajero del Cuartel Camacho, y pidiera el apoyo de algunos de los miembros de la Banda del Regimiento para reforzar a la que acompañaba a la Comparsa de diablos, y así fue. De esta manera aportó a la conjunción de culturas muy parecidas, pero distanciadas por prejuicios sociales e hizo que se unieran algunos miembros del Ejército. Pienso que era el deseo de nuestra Madre, tener a todos sus amados hijos juntos y que la fe se expandiera sin hacer distinción alguna.

Entre bombos y platillos y al ritmo de la tradicional melodía de la diablada el 28 de febrero de 1938, los pasantes Moya Morales ingresaron, por primera vez en un vehículo motorizado, un convertible de la época, portando el estandarte como humildes y devotos pasantes de la Comparsa de Diablos, antes lo hacían montados en caballos engalanados. Los esposos Don Eliseo Morales Ampuero y Doña Emiliana Gómez Landívar se encargaron de apoyar con otra tradición el cargamento, que fue en un camión por primera vez ya que solía hacerse a lomo de mula y de los arcos de plata. ¿Que si pretendían demostrar algo? Claro que sí, Que con fe y devoción sinceros, los obstáculos y las barreras se vencen y que los llamados q’aras podían ser parte de una costumbre tan arraigada en la fe del pueblo y poner su mejor empeño para darle el realce que una fiesta de tal magnitud merecía, más aún tratándose de cumplir una promesa hecha con mucha fe y mostrar el agradecimiento por la vida, las vidas conservadas en los campos de batalla.

El día Lunes de Carnaval, después de la Misa, el pasante debía ofrecer una atención especial a los bailarines, cargamenteros y demás personas que de una y otra forma habían coadyuvado en su realización, esto se denominaba “Mesa y once”, el agasajo se realizó en la vivienda de don Octavio que contaba con un amplio salón para semejantes eventos, estaba ubicada en la calle Tupiza esquina Presidente Montes. Demás está decir que la fiesta y todo el evento fue un éxito. Y quienes dudaban de su capacidad para llevarla a cabo reconocieron esto con vivas y aplausos “¡Viva el pasante Moya!”, “¡Que viva el q’ara chupa!”

Este hecho estimuló a que los jóvenes pijes o q’aras de entonces se hicieran parte de la entrada del Carnaval, en La Diablada. El año 1946 las hermanas Elvira y Rosa Moya Morales fueron nombradas madrinas de Bandera; las mujeres todavía no podían ser parte de la comparsa.

Hoy somos afortunados y orgullosos testigos de la magnificencia que ha alcanzado el Carnaval, llegando a ser Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Somos parte de una ciudad llena de riquezas, mitos, leyendas y socavones con mucha historia, donde la diversidad cultural hace una maravillosa conjunción y forma parte de viejas y nuevas tradiciones.

Al parecer los deseos y planes de nuestra Mamita del Socavón eran llegar más allá de nuestras fronteras y mostrar al mundo entero la grandeza del alma devota del orureño y la creatividad del ser humano que vive en las alturas de Bolivia, llamada la alta tierra de los Urus.

Con fe, devoción y gratitud, ¡Promesa cumplida, Mamita del Socavón!

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