DIABLADA.- Voz derivada del griego diabolos: demonio. Conjunto de bailarines disfrazados de diablos, que constituye la principal atracción del famoso Carnaval de Oruro, Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Se origina en los territorios de la Audiencia de Charcas a fines del siglo XVI. Por referencia del cronista Ramos Gavilán, se sabe que la primera “entrada folklórica” de América, se realizó durante la entronización de la Candelaria de Copacabana (2 de febrero de 1583), cuando distintas comunidades circunvecinas desfilaron con conjuntos de danza y música delante de la procesión…
Aquella fue la primera vez que las coreografías nativas se interpretaban “en conjunto”, pues por información de Garcilaso se sabe que en tiempos prehispánicos estas danzas eran incompatibles entre sí, como signo inconfundible e intransferible de la identidad de cada comunidad, barrera ésta que únicamente se lograría vencer al impulso devocional.
Según el cronista, en tiempos prehispánicos la danza era una costumbre muy arraigada entre las poblaciones nativas, citando entre otros ejemplos a “los incas”, danza en la que bailaban 200 ó 300 hombres en ritmos pausados, graves y solemnes, en honor al Inca presencial y sus antepasados.
Como resultado del choque entre culturas, luego surgen las expresiones de mestizaje que perduran hasta hoy, en modalidades nuevas que incorporan máscaras y disfraz para satirizar en velada protesta al conquistador. Entre ellas, la Diablada ridiculiza a las tropas napoleónicas, interpretando en ágiles ritmos su himno que identifica hoy la danza, es decir el “tan-taran-tan-tan, etc”.
Mucho antes, fue drama sacro referente a la lucha entre el bien y el mal, en remembranza de la epopeya espiritual de Copacabana, al implantarse el cristianismo en el que fuera principal centro de la idolatría o “asiento del demonio”, el que es expulsado con todo su séquito infernal por las milicias armadas de los cielos (ángeles y arcángeles) al mando de la Virgen.
La primera “entrada” folklórica en Copacabana ganó tanta popularidad, que en años sucesivos se la trasladó a la Villa Imperial, entonces el centro de esplendor y riqueza de todo el Virreinato del Perú, donde la fiesta de la Candelaria se prologaba durante todo febrero y concluían con el mentado desfile folklórico, pero el derroche y los excesos eran tales que según Arzans y Vela, el Virreinato las suspendió definitivamente en 1670, por atentar contra el trabajo de la mita en los socavones.
Al coincidir la suspensión de la fiesta, con la aparición de los ricos yacimientos en Uro-Uro (hoy Oruro) que comenzaron a opacar a los de la Villa Imperial por su costo más bajo en la producción, los prósperos empresarios del lugar apadrinaron la celebración extinta en Potosí, extendiéndose la fiesta desde el 2 de febrero hasta el sábado de Carnaval, cuando se realizaba la tan esperada entrada prolongada en su festejo en los feriados.
Es en este nuevo escenario que el drama sacro de la Diablada (que en épocas anteriores se interpretaba delante del atrio del Santuario de Copacabana), en las premuras del desfile folklórico deriva en la danza del mismo nombre, perdiendo significado evangelizador para ingresar de lleno en el ámbito del folklore.
De la antigua pieza literaria, hoy solamente se recuerdan algunos fragmentos en fugaces pasajes, por lo cual sería un logro para la bibliografía universal, rescatar su valioso texto hoy extraviado en los vericuetos de la tradición popular…
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