El prestigioso escritor católico Vittorio Messori, en su columna del “Corriere della Sera” del 13 de febrero, ha respondido a tres de los tantos porqués del gesto sorpresivo e impactante de Joseph Ratzinger de dimitir de su investidura de Obispo de Roma - el Papa de la iglesia Católica - y, por ende, de Jefe del Estado del Vaticano.
Enfocándose en cuestiones aparentemente formales, Messori se pregunta: ¿por qué el 11 de febrero?; ¿por qué en presencia de varios cardenales?; y ¿por qué la decisión de retirarse en un monasterio de clausura dentro los muros del Vaticano? De hecho, Messori con sus respuestas nos permite entrever las causas que están detrás del gesto de Ratzinger.
El 11 de febrero (fecha de la primera aparición de la Virgen en Lourdes) se celebra el día de los enfermos. ¿Está enfermo el Papa a tal punto de sentirse en deber de dejar la conducción de la Iglesia? Se ha conocido que el Papa ha sufrido recientemente serios problemas cardiovasculares y, para no ir lejos, el domingo pasado tuvo una vacilación al leer el “Ángelus” (“los ojos no me funcionan bien”, dijo con una mueca de sufrimiento). Sin embargo, más que dolencias y achaques específicos, la enfermedad que siente Ratzinger a sus casi 86 años es la vejez, la falta de energía para hacer con el cuerpo lo que la mente y el espíritu quisieran aún hacer.
A su vez, el anuncio ante los cardenales se entiende en el marco del Derecho Canónico (la “constitución” de la Iglesia): la eventual renuncia, contemplada en la norma, debe ser libre y manifestarse formalmente. Los cardenales presentes han sido testigos de esa libertad y formalidad. De los cuatro casos de renuncia de pontífices, aparentemente sólo uno fue libre y formal, el famoso “gran rechazo” (que Dante tildó de cobardía) de Celestino V (1294), quien dimitió y se retiró en un monasterio lejos de Roma.
El tercer porqué está ligado a la profunda espiritualidad de Ratzinger. Llevo leídos varios libros de él y es una constante de ese indiscutible “intelectual y teólogo” su acercamiento humilde y orante a la Palabra de Dios. Por eso creo que este último porqué es la clave de la comprensión de las causas de la decisión del Pontífice: cuando faltan las fuerzas para afrontar desafíos siempre mayores, generados por la naturaleza mundana de la Iglesia y alimentados por una Curia romana no tan santa como debería ser, no queda más que la fe, expresada en la oración, como el servicio más valioso a la Iglesia y al mundo.
No todos lo han entendido así, ni siquiera el otrora secretario personal de Juan Pablo II, ahora cardenal de Cracovia, quien ha insinuado que Karol Wojtyla no quiso “bajarse de la cruz”, cuando, se sabe, muchas manos interesadas lo clavaban para que no se moviera de ahí. Lo cierto es que no habrá que esperar otros seis siglos para la próxima renuncia de un Papa: el ejemplo de Benedicto XVI es irreversible.
El evangelio del domingo pasado hablaba de dos barcas en la playa del mar de Galilea: una que fue lago adentro tras la palabra de Jesús y estuvo a punto de hundirse bajo el peso de la pesca milagrosa. Y otra, que se había quedado a la orilla, llamada a socorrer y relevar la barca de Pedro para completar la faena del amigo de Jesús.
Me pregunto si esa lectura no habrá inspirado a Benedicto XVI el gesto de llamar a un pescador de otra barca para que lo releve en el timón de la Iglesia, para que él pudiera aceptar con libertad la invitación del Maestro a Pedro de convertirse en un auténtico “pescador de hombres”.
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