Viernes 15 de febrero de 2013
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Los tiempos cambian y las sociedades se transforman, a veces paulatinamente y a veces con apresuramientos revolucionarios. Estos cambios, como es de esperar, se producen también en las relaciones internacionales. Esto se ha reflejado últimamente en la creciente tendencia a una “cumbritis”, es decir a convocar, con innecesaria frecuencia, a jefes de Estado, lo que –como ya lo señaló Álvaro Vargas Llosa– satisface a algunos caudillos populistas afanados en mostrarse que están en “en el candelero”, en el poder…
Las cumbres o encuentros de jefes de Estado, que antes constituían la última instancia para llegar a coincidencias y acuerdos, se han convertido en foros de discusión en los que, como ya ha sucedido, pueden producirse serios desencuentros y lanzarse agravios que, al provenir de encumbrados personajes, son difíciles de solucionar. Esto también surge del afán de los caudillos de hablar de todo con preocupante improvisación, cuando se requiere prudencia, sensatez y, sobre todo, eficiente manejo profesional. Y, por supuesto, cuando la demasía se pone de manifiesto, se hace cierto aquello de que “el que dice lo que quiere, oye lo que no quiere”.
