Mareo es la sensación que deja la última intervención del Presidente Evo en la Cumbre de Santiago de Chile y no porque esa intervención haya sido mala, como no lo es el mar que provoca el barquinazo, origen del mareo. Al contrario, Evo ha presentado ante la Celac y la Unión Europea una serie de argumentos que ilustran la frustración del Gobierno y del pueblo boliviano ante la falta de soluciones al diferendo marítimo.
El mareo viene, más que del mar, de la fragilidad del barco y la sensibilidad del estómago.
La primera es resultado de los muchos materiales, a veces incompatibles e inconsistentes, con los cuales se ha ido construyendo el barco de la reivindicación marítima por el presente Gobierno. Empezamos con un material flexible como la Agenda de 13 puntos (el número favorito de nuestro supersticioso Canciller), que de tanto forzarlo terminó descartado, sino quebrado. De hecho, con Chile podemos tener agendas de N puntos, pero cuando se llega al último (el tema marítimo) todos los demás se esfuman. Entre las posiciones contrapuestas de la restitución de un territorio con soberanía y la discusión de mejores facilidades para el comercio en los puertos, debería haber pasos intermedios mediante los cuales avanzar. A mi criterio, el enclave ofrecido en comodato al comienzo de este siglo, podía haber sido un paso adelante interesante.
Después de cinco años de frustraciones, en el Día del Mar de 2011, hubo un tsunami impresionante por la amenaza de demandar a Chile ante Tribunales Internacionales, atendiendo a cantos de sirena de abogados palaciegos y al espejismo de las islas “olvidadas”. El camino escogido, ratificar el Pacto de Bogotá, casi termina en un fiasco colosal, al no haberse entendido el alcance del art. VI de ese tratado (ver mi columna en Pagina Siete del 20/3/2011). La amenaza de recurrir a la justicia internacional sigue latente, al tiempo que se espera el fallo sobre el conflicto de límites marítimos entre Chile y Perú. La simpatía hormonal por la causa del Perú, manifestada por nuestras autoridades y cierta prensa, no repara en que, de ganar aun parcialmente el Perú, se perdería la última llave del famoso candado del corredor al norte de Arica: ¡simplemente no habría mar soberano frente a esa costa!
Ahora, con la sibilina oferta de “compartir lo poco que tenemos” con Chile si antes ese país atiende el derecho de Bolivia a una costa soberana, el mareo se intensifica. En efecto, ¿qué significa compartir gas con Chile? ¿Tal vez venderle, o compensarle por la atención, o entregarle territorio con riqueza gasífera? Los consabidos exegetas oficialistas que no han tardado en posicionarse frente al micrófono, me han mareado aún más (¡y eso que no soy ninguna perdiz!). Parecían más interesados en justificar la innegable marcha atrás de su otrora oposición a la pregunta IV del Referéndum del Gas, que en explicar el término “compartir”.
Pero el mareo mayor viene de la forma en que se presentó esa propuesta: en ocasiones el Gobierno actúa con diplomática prudencia, pero en este caso, si de una propuesta seria y razonada se tratara, ¿no hubiese sido mejor presentarla a través de los canales diplomáticos y debatir reservadamente su significado y alcance?
En fin, la alocución de Evo empezó con una navegación metódica, pero se encalló debido a una propuesta que, sin dejar de ser interesante, no debía ser presentada públicamente, provocando un oleaje innecesario y el mareo consecuente. La obligada respuesta de Piñera, pública, soberbia e irritante, no se hizo esperar. ¡A seguir navegando!
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