Jueves 31 de enero de 2013
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La ciudadanía en Bolivia está políticamente polarizada. Por un lado, los partidarios del gobierno y, por otro, un abigarrado conjunto de opositores que son parte de corrientes políticas dispersas que, desde 2006 hasta ahora, solo tuvieron en común el rechazo a la gestión y a la orientación neopopulista del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS).
Las diferencias y las pugnas opositoras hasta ahora sólo han favorecido a un régimen cuyo fin es lograr, por todos los medios, hegemonía, centralismo y uniformidad, en desmedro de la democracia, de la separación de los poderes del Estado y de la vigencia plena del Estado de Derecho.
La paulatina y autoritaria concentración del poder del MAS en este septenio, y la poca confianza popular en la administración electoral como instrumento que permita la alternancia en el poder, además de la persecución en la forma de acoso judicial, fueron minando la posibilidad de conformar un frente opositor unificado.
“No hay oposición” fue -y aún es- una repetida queja ciudadana, pues esta es esencial para la vida democrática. Convencido de esta ausencia, el presidente reitera que la oposición a su gobierno es la prensa independiente, a la que con frecuencia acusa de estar “al servicio del imperialismo”.