Cuando, en 1825, la Representación Nacional se reúne para deliberar de la suerte que iban a correr las provincias del Alto Perú, de la Audiencia de Charcas, de la Nueva Toledo o del Kollasuyo en cuanto a unidad geográfica; encontrábase ante una realidad histórica a la que no podía menos que obedecer: esa unidad geográfica, espiritual debía concretar su organismo constituyendo, además, una unidad política. Y al fundarse la República de Bolivia se da -bienaventurado momento- la unidad geográfica, espiritual y política que se nombró a partir de entonces Bolivia.
He aquí que se encontraron nuestros mayores con la tarea, con el imperativo espiritual e histórico de dar forma a ese organismo de “nomen” Bolivia. Estaba ahí, sin duda, el componente estructural indio que fue el que conservó, hasta el Kollasuyo, hasta la irrupción incásica que, del lado del Perú, ingresaba al país de los kollas -cuando éste estaba en decadencia-, en empresa conquistadora, colonizadora. Empero la cultura aimara, que era la de dichos kollas, y que era la cultura, la lengua del Kollasuyo; pervivió. No pudo el Inca asimilar totalmente a los aimaras porque éstos conservaban, a pesar de su decadencia, sus formas espirituales, sus formas de co-estar-en-el-mundo. Su cultura. Y porque ésta tenía, en verdad, un sentido orgánico.
El Kollasuyo unió al oriente y al occidente hoy bolivianos y por eso lo denominamos como el origen de la nación boliviana y por eso no nombramos aquí a Tiawanacu, aún cuando su impronta es parte estructural, fundamental de esta nación. (Además de que el autor es harto ignorante de su vida).
Empero con la otra conquista, con el otro intento -mucho más exitoso- colonizador, el de los españoles, el que la nación castellana había emprendido en esta tierra, cuando la cultura india aimara estaba en franca decadencia; vióse, esta cultura, en su postrimería. Y, conforme a la doctrina de Spengler (El imperialismo es la etapa característica de las postrimerías), el Imperio español fue aquí el signo de la decadencia india. No porque este Imperio la haya destruido, si no, porque su irrupción coincidió con la etapa crepuscular de esta magnífica cultura y, hallándose la castellana amén de la occidental en esplendor, natural era que sus formas de cultura se impongan. Así se nos muestra la decadencia india en estos lares, no como una obra exclusiva del conquistador ibero, antes como un proceso natural de la historia, de las culturas a quienes no en vano había atribuido vida orgánica el filósofo de la Historia.
En 1825, como producto de su historia, fisonomízase, se da forma cabal, este espacio geográfico, pues a su unidad territorial se une la unidad espiritual y política. Nace, en verdad, un organismo: Bolivia. Y desde entonces sus forjadores, nuestros mayores, emprenden la dignísima labor de darle forma, de construir la nación boliviana. He aquí que nos encontramos ante una realidad inconcusa: No hay Bolivia sin colonia española, no hay Bolivia sin inmigración de allá y de acullá, no hay Bolivia sin la soledad aimara, no hay Bolivia sin Thunupa, sin Sucre, sin Santa Cruz Calahumana, sin D’Orbigny, sin Ballivián. O sea no hay Bolivia posible sin el concurso de quienes han contribuido a construirla guiados por fines del espíritu. Inconmensurable puede ser la lista de nombres o apellidos, siempre vamos a encontrar diversas procedencias.
La nación boliviana es, ante todo, un hecho moral, ético, espiritual. Es el mayor bien que los Seres, que los bolivianos tenemos. Malhaya quien denoste el legado castellano, malhaya quien vilipendie a la República que debemos seguir construyendo. Desmedrar nuestra historia sería desmedrar lo que somos hoy. Sería, inclusive, injuriar nuestro patrimonio, además de espiritual; material, geográfico, natural. No toquéis esto que nuestros mayores han construido, en su integridad moral. No toquéis esta unidad espiritual y política que es la nación boliviana, aquí están incluidos todos quienes merecen estarlo. No toquéis este organismo que encuentra su fuerza, su vigor y su bienaventuranza en la unidad que es la nación boliviana. Harto ha costado constituirla, construirla, defenderla, conservarla. Siendo su integridad moral lo mayor, inclusive la prodigalidad natural, material que hoy se explota; no existiría sin ella. No toquéis a la Nación.
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