Domingo 20 de enero de 2013
ver hoy
En los últimos años de su vida, el novelista Armando Palacio Valdés (España, 1853-1938) tenía la costumbre de ir todas las tardes a una vaquería de la madrileña calle de Lagasca, donde tomaba un vaso de leche y un bollo. Como quiera que el dueño ignoraba la personalidad de su cliente, lo trataba con protectora deferencia, hasta que un día, otro parroquiano que le había reconocido le dijo al industrial:
–¡Buen público tiene usted, amigo! ¿Sabe quién ese caballero que acaba de salir?
–No, señor –respondió el dueño–. Parece muy bueno y simpático y nunca falta a la merienda.
–Es un célebre literato y se llama Armando Palacio Valdés.
Al día siguiente, al llegar el maestro, el lechero lo saludó con efusión, mientras le decía:
–¡Vamos, vamos! Ya me he enterado que escribe usted en los papeles y en los libros.
Y como don Armando le mirara absorto, añadió el dueño con aire compasivo:
–¡No le dé vergüenza tener ese vicio! ¡Cada uno gana el pan como puede!.
Fuente: LA PATRIA