Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Cartas - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Hace un tiempo, la muerte de un ser entrañable me enfrentó a la realidad cotidiana, algo perversa, de la pérdida de los correos virtuales. Él, quizá sin querer convencerse que eran sus últimas horas, pedía un acceso a Internet en el hospital. En la fase agónica le fue imposible comunicar su contraseña y sólo supimos su ansiedad por una esperada respuesta. Ninguno de sus familiares conocerá con quién se escribía.
El viento se bebe a las cartas perdidas, decía Franz Kafka impotente ante los mercurios decimonónicos que extraviaban misivas que podían ser decisivas, sobre todo en historias de amor. Juan Pablo Castel, el antihéroe de Ernesto Sábato, intenta en vano recuperar un sobre. Una nota nos puede llevar a la gloria o al desgarramiento.
Las cartas siempre fueron mis lecturas preferidas pues representan la esencia de las historias. Compré ediciones diversas con las correspondencias entre enamorados, como las de Reiner María Rilke y Lou Andreas Salomé o los papeles intercambiados entre científicos y sus discípulos; o entre los guerreros; tanto enseñan esos escritos personales.
En mi inclinación por el género de las biografías, fueron siempre las cartas las que me guiaron para conocer un poco más a mis héroes, sobre todo las escritas a pulso. Las palabras sueltas en papel grasoso, marcadas con un lápiz ya borroso y fechadas en Kilómetro Siete. O la esquela apurada de la madre desesperada porque su hijo estaba encarcelado. La carta larga al amigo revelando una historia completa sobre amores perdidos.
Cartas, cartas, cartas, que ya no se escriben.
Hace poco un colega colombiano me pidió que ya no siga con mi manía de enviar papel en sobre con estampillas pues en Bogotá ya no existen carteros.
Quieren rendirme.
A mí me gusta escribir cartas a mano, con mi lapicero negro, con el trazo desordenado de siempre, los borrones, los saltos y alguna vez las manchas. No quiero que mis palabras importantes se queden encerradas en una línea imaginaria de unas máquinas que parecen contener todo y, en el fondo, nada heredarán.
Me gusta que mis parientes me regalen cartas viejas y enterarme de sus opiniones sobre la boda de la hija, la visita del tío llegado de la selva, la tos de la vecina.
Esta semana, con asombrosa coincidencia con mi melancolía, recibí una larga carta de alguien que todavía cree en la correspondencia. Firmaba Líber Forty, quien, con sus 95 años libertarios, es de los pocos que envía notas con emisarios personales, como en los antiguos tiempos de conjuras clandestinas.
Alegría al leer los párrafos con recuerdos del congreso minero del 79: una referencia a una nota mía cuando tenía 22 años: la llegada de un anarquista francés, la muerte de Irineo Pimentel. Una carta impresa con la ternura que nos niega lo virtual.
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