Don Francisco de Quevedo y Villegas aconsejó: “Nadie apriete a los reyes, a los pueblos ni a los ríos si no quiere verlos romper”.
Pero ahora se está demostrando en Bolivia que, con un poco de astucia, mala fe y usando una dosis de terror, se pueden lograr buenas apretadas, sin que nada se rompa.
Una disposición de la ATT está dirigida a aumentar la cantidad de frecuencias de radio de las ciudades capitales en 30%, supuestamente para “democratizar” la comunicación. En el espacio donde cabían 40, ahora tienen que caber 65.
La idea, en realidad, es apretar a las emisoras existentes para hacerles más difícil aún la existencia. Si 40 emisoras sobrevivían apenas, por la falta de publicidad, 65 vivirán peor, y más apretadas, de tal modo que la multitud de emisoras serán apenas audibles.
Una cuña publicitaria de la institución imagina una conversación de dos sastres que buscan en su receptor una emisora. Concluyen diciendo que “todas dicen lo mismo” y que ellos quisieran tener una radio propia.
El mensaje concluye diciendo que el Gobierno está decidido a “democratizar la comunicación” y dar la opción para que los pueblos originarios, los gremios, los empresarios, puedan tener sus propias emisoras de radio.
Hace algunos años, cuando las FF.AA. decidieron tener sus propias empresas, un empresario muy ocurrente comentó: “Bueno. Ahora espero que, a cambio de ello, los empresarios podamos tener nuestro propio ejército”.
Sin llegar a esos extremos, habría que preguntar si en la realidad que propone la propaganda de la ATT todos van a tener emisoras de radio. Llegar al extremo sería preguntar si, así como los sastres tendrán sus radios, los periodistas tendrán derecho a tener sus sastrerías, lo que supondría aprobar leyes que limiten el alcance de las sastrerías existentes. ¡Hay que democratizar la industria de la confección!
Se sabe que la idea no es esa. La idea es reducir el alcance de los medios independientes. Limitarlos en su alcance. Vulgarizar de tal manera la comunicación que, al final, nadie quiera escuchar una radio. O la gente termine escuchando las emisoras de propiedad del gobierno de turno que gozarán de anchos de banda mayores.
En Argentina, el gobierno de Cristina Kirchner busca lo mismo, aunque de manera directa, no solapada ni ladina, con una Ley de Medios.
Antes de que comenzara la democracia, los emperadores gozaban del monopolio de la comunicación. Algo semejante buscan ahora en cuatro países de Sudamérica gobernantes con vocación de emperadores.
Cuidado. La paciencia se puede romper.
(*) Vacaflor.obolog.com
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