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Domingo 06 de enero de 2013

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

Los sonidos del mundo boliviano según Cergio Prudencio

06 ene 2013

Gabriel Salinas

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La ciudad, la urbe, es un lugar interesante para la inspiración de un artista, y desde luego, lo es aún más, para uno boliviano. Si se piensa en la dicotomía que habitualmente divide los espacios como lo hiciera Lefebvre, esa que refiere a los polos culturales del mundo urbano y rural, la cuestión antes citada se amplía enormemente y se problematiza, ya que en Bolivia uno puede hallarse muchas veces sin respuesta ante la pregunta de dónde empieza un mundo y dónde termina el otro. Hablar de lo urbano y lo rural es trazar mapas espectrales de fronteras dinámicas y siempre difusas, pero al mismo tiempo, es atizar la memoria de conflictivas identidades. Recordar por ejemplo, cómo el mundo rural fue sometido por relaciones feudales a manos de hacendados y latifundistas desde la época de la “independencia” hasta la revolución del 52 que trajo la reforma agraria, ese feudalismo organizó una división social entre los bolivianos que se materializó en la frontera entre lo urbano y lo rural, teniendo al primero como el polo del mundo moderno y mestizo, y al segundo, como el espacio telúrico de las naciones indígenas y campesinas. Enmudecidas pero mayoritarias, estas últimas poblaciones existieron oficialmente al margen de los proyectos modernos de sociedad, y justamente por esto, son una silenciosa fuerza que de a poco ha ido tomado las urbes bajo su halo “contaminándolas y contaminándose” para hacer la Bolivia contemporánea. Entonces La ciudad no es una esfera perdida en un mar de constelaciones, por el contrario, es una constelación dentro de una galaxia, es una mancha informe y multicolor que se llena del polvo que viene del exterior descentrándola un poco con cada momento perdido.

En esa medida, la obra de Cergio Prudencio habla desde el arte musical sobre este tema, las vanguardias de la modernidad y las tradiciones andinas dialogan en su obra con maravillosos resultados artísticos; volviendo sobre las primeras categorías, lo urbano y lo rural respectivamente, se podrían ver metaforizadas en las piezas La ciudad y Cantos de la Tierra, que serán parte del primer repertorio de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN), y de su primera entrega discográfica de 1999 (junto a la pieza “Uyariwaycheq” a la que dedicaremos otra ocasión).

Prudencio y la OEIN dejan percibir algo inusual en la música contemporánea boliviana, y que sin embargo no es único por ser una expresión iconoclasta de ruptura, sino, por ser parte, o más bien, por participar de disímiles y múltiples tradiciones musicales. Evidentemente los “instrumentos nativos” vienen de un mundo diferente al de los “universales” Guarnerius italianos, y la música que se interpreta con ellos, es al mismo tiempo, el sonido único que sólo estos “nativos” pueden producir bajo la dirección de alguien que entendió las posibilidades creativas de los cromatismos meta-tonales de Wagner y sus sucesores vieneses (Schoenberg, Weber, etc…).

La Ciudad es una pieza con una rica dinámica emocional, se basa en el poema homónimo de Wiethüchter, que habla de la geografía de La Paz desde un tono apesadumbrado y reflexivo, lo que facilita imaginar cualquier ciudad sumergida en la melancolía del altiplano, otra vez, se observa cómo el mundo rural que rodea la urbe, la penetra y forma parte de ella sugestivamente desde los solitarios caseríos de la periferia más recóndita al caótico y enrevesado centro citadino. Al iniciar la pieza se escucha un motivo rítmico cansino y solemne marcado por la sección de percusiones. Cerca del segundo minuto, entran los vientos en sus registros más agudos, estruendosos, llenos de vida, gritan una melodía que parece un reclamo al que responden con serenidad los registros medios, inmediatamente luego de esta breve réplica, sobreviene un torrente difuso de sonidos que fluyen en aparente desorden incesante, se alza un poderoso tono nuevamente en los registros agudos, el resto calla, y empieza una melodía sutil y opaca que se produce sobre una armonía ligeramente disonante, se cierne un ambiente de incertidumbre, no se sabe dónde habrá reposo tonal; poco a poco se alza el motivo inicial de las percusiones acompañado por un hermoso juego a dos voces entre los vientos, por un lado los registros medios se apoderan del motivo estable de las percusiones, y por otro, los registros agudos revolotean en diversas tonalidades y contratiempos, concluyendo luego, dando la sensación de que todo se ha desvanecido. Se oyen acordes disonantes de larga duración, que son asechados por estrepitosos golpes de la sección de vientos… La ciudad de Prudencio parece tener un tema binario que se desarrolla no a través de estables formulas armónicas, sino de expresiones emotivas que dibujan las ciudades bolivianas. Podríamos decir, el cansino mundo rural eternamente castigado, marcha en silencio entre las calles perdiéndose en el grito de la ciudad que suena porque es una máquina:

Y camino la tristeza

de tu dispersa soledad

y apenas me explico

el mutismo,

en la intimidad de la montaña

que se complace

en guardarte velada

Pero, es cierto.

Tu memoria es un grito

(Wiethüchter,

La ciudad, del poemario Travesia 1979)

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