El drama de Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, ha sido el centro de los noticieros no solamente venezolanos, sino también mundiales. ¿Cuál es su verdadero estado de salud? Ya desde aquí le deseamos que pueda recuperarse y que Dios haga el milagro de conservarle en vida, tal como él mismo, al verse en la proximidad de la muerte, ha pedido al Señor.
Es conveniente reflexionar sobre la manera cómo el gobierno de Venezuela ha manejado la información a la opinión pública sobre la enfermedad del Presidente. Ya desde meses atrás al iniciar sus viajes médicos a La Habana, él mismo y su entorno han tratado de restarle importancia y desdramatizar la situación. Más bien acusaban como infamias ideológicas a las informaciones filtradas que anunciaban que sufría un cáncer incurable y terminal. Tan sólo en las últimas semanas se han visto obligados a comunicar la complejidad de la enfermedad cuando ya las noticias filtradas hablaban de un coma inducido.
El médico venezolano independiente Rafael Marquina afirmó ya antes de finalizar el año 2012 que la condición de Chávez era sumamente grave, que se encontraba entubado, con oxígeno al 100% y totalmente sedado. Además reveló que presentaba una neumonía avanzada causada por una infección adquirida en la clínica donde es atendido. Según él fue un error tratarle en La Habana en vez de haberlo llevado al hospital especializado MD Anderson de Houston, Texas.
¿Por qué ese evidente contraste entre la información que da a la población y la realidad? Aquí no cabe aplicar el principio bioético de la confidencialidad que los médicos y el personal sanitario deben respetar en pacientes que así lo deseen, salvo que haya razones públicas contrarias como puede ser el peligro de contagio.
Pero sobre todo cuando se trata de personas que ejercen cargos públicos y más aún en el caso presente de ser un jefe de Estado existe la obligación ética de informar de manera objetiva y veraz a la población, no sólo para conocer la situación real del paciente, sino también para poder adoptar las medidas correspondientes sobre todo cuando hay un peligro de muerte o de una invalidez permanente.
Esta obligación, que es un derecho de los ciudadanos, se cumple en los países democráticos, tal como se ha visto este pasado 2012, cuando el Rey de España, Juan Carlos, fue operado de su cadera o cuando la Ministra de Exteriores de Estados Unidos, Hillary Clinton, fue tratada de un coágulo cerebral. En ambas situaciones los profesionales responsables dieron a conocer los respectivos partes médicos antes y después de los tratamientos.
En cambio los regímenes totalitarios no respetan ese derecho. Hay intereses políticos para mantenerse en el poder. Tal fue el caso del Mariscal Tito, Presidente de la antigua Yugoeslavia, muerto en 1980 después de estar varios días en una situación de “distanasia” o sea de prolongación artificial y forzada de la vida sin beneficio para el paciente. Aunque se dijo que se pretendía “preparar a la población” a la noticia fatal, en realidad se trataba de apuntalar una estrategia del partido comunista, que finalmente fracasó con el derrumbe de la Yugoslavia, recobrando las naciones sometidas su propia identidad cultural y su independencia política.
Creemos que esta reflexión puede ayudar para desvelar las tendencias dictatoriales y totalitarias, allí donde se den, y para respetar el derecho a la información veraz y objetiva sobre problemas claves que afectan a la ciudadanía, base del respeto a los demás derechos humanos, según el adagio, pronunciado por Jesús: “la Verdad les hará libres” (Jn 8, 32).
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