El viejo dicho chino dice: “El poder que apoya la corrupción se hace maestro de todos los vicios, que, tarde o temprano, lo harán su víctima”. Los últimos acontecimientos sobre corrupción extrema descubierta en varias dependencias del gobierno y, sobre todo, los protagonizados por quienes se supone representan a la justicia y comprometen seriamente al poder Judicial, es muestra palpable de que las políticas de permisividad para implantar el viejo dicho “dejar hacer y dejar pasar” han proliferado, especialmente en quienes tienen poder político, social y económico.
En la historia de la humanidad quienes han sido cabezas de reinados, imperios, naciones, instituciones u organizaciones de cualquier tipo, ante delitos cometidos por quienes cooperaron con ellos y, en casos, han sido proyectistas y ejecutores de hechos contrarios al bien común, siempre han sostenido no ser culpables de los delitos cometidos; alegaron casi siempre tener limpia su honorabilidad cuando la realidad y verdad absoluta es que el honor es reflejo de la conciencia y no el eco de la honestidad. En otras palabras, nadie con poder o influencia que tenga, puede prescindir de tener alguna culpa de lo que hagan sus subalternos.
En todas partes, sean gubernamentales o institucionales, los errores cometidos por los componentes de todo ello, siempre es notorio y ante cualquier vestigio se puede suponer la existencia de corrupción o indicios de que algo no está bien, no camina por los fueros de la decencia y la honestidad; en estos casos, aplicar las políticas del “dejar pasar” esperando que “el tiempo lo corrija todo” es adentrarse en la permisividad y, de paso, hacerse maestro de vicios que, conforme se producen y crecen, causan más daño.
En cualquier gobierno o institución de los Estados, los yerros se notan hasta en el comportamiento diario de sus componentes; mal se puede ignorar lo que los ojos ven, los oídos oyen, la mente los capta y el rumor se encarga – agrandando o minimizando los hechos – de hacer notar lo que no está bien. Esta es realidad que se ha mantenido vigente en la vida de los pueblos y es por ello que se dice: quien tiene poder, al compartirlo debe hacerlo sabiendo cuándo y cómo lo hace; de otro modo, corre el riesgo de caer en las fauces de lo sospechoso, de lo malo que se hace contrario a lo mismo que se defiende.
Lo ocurrido en las últimas semanas con “el destape” de hechos de extrema corrupción protagonizados por altos funcionarios del gobierno y del poder Judicial, comprometen seriamente a quienes han permitido que “las nieves crezcan, se hagan tormenta y se formen aludes”. Es de esperar que las experiencias que han causado vergüenza y dolor, sirvan para que en el futuro se tenga más cuidado y se actúe sopesando cualidades, virtudes y valores.
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