Diariamente oímos de distintas fuentes que el mundo está “patas arriba”, que el mal está por todas partes y que el terrorismo es una forma de vida. La radio, la televisión, los medios escritos nos informan una incesante muestra de la falta de humanidad entre los hombres, los miembros de familia se enemistan y así se podría seguir una serie de muestras de odio entre los humanos. Parece que vivimos en un mundo totalmente desequilibrado donde nuestros deseos de sentirnos en paz se ven desafiados por una ola de energías no pacíficas que se consideran dignas de ser noticia. Pero, en este asunto podemos elegir y podemos elegir alinearnos nosotros mismos enérgicamente en nuestro deseo de vivir de forma pacífica, pase lo que pase a nuestro alrededor y a pesar de la energía no pacífica a la que estamos sometidos muy a menudo.
Debemos optar por mantener una existencia tranquila con nosotros mismos, incluso cuando los demás fomentan el odio, la ira, el miedo. Al fin y al cabo el esfuerzo colectivo de la humanidad, por parte de los que ostentan el poder, ha enseñado a las personas a quién temer y peor aún a quién odiar, pero jamás reconocerán que el enemigo que debemos odiar no es una nacionalidad: el enemigo es el propio odio. Solo juntos crearemos una cultura que sustituya al odio.
La semilla de esa cultura es la determinación de las personas de los pequeños grupos y de las comunidades a dedicar nuestra vida a la mejor visión de todos los tiempos, vivir en Paz, en cuanto este propósito se vuelve primario podemos regresar a la tarea incesante de aportar bienestar a los demás, justicia e integridad a nuestro gobierno, creando programas constructivos para producir el cambio aquí y ahora. Lo primero que se haga de forma individual para crear verdadera paz es eliminar el odio de su conciencia.
El Padre Celestial a través de su hijo deseó Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y la comprensión, el amor y la humildad no son solo lujos, como fuente tanto de paz interior como exterior son fundamentales para la continua supervivencia de la humanidad, que en medio de las luchas que están presentes en estos momentos, podamos escuchar al hijo de Dios decir: “La paz sea con ustedes” ya que la Paz es un don confiado a los hombres. Y si la paz es un don, el hombre jamás es dispensado de su responsabilidad de buscarla y de hacer lo posible por establecerla a través de esfuerzos personales y comunitarios a lo largo de su vida ya que el primer beneficio digno de paz es mirar más allá de las tristes evidencias inmediatas o más bien aprender a reconocer el motivo verdadero de los estallidos de violencia que mata el camino discreto de la Paz que mantiene y hace progresar la vida, jamás renuncia, ya que incansablemente cura las heridas.
El bien de la humanidad es en última instancia la razón por la que debemos asumir como nuestra la causa de la paz. Si los sistemas actuales engendrados por convenir al hombre se muestran incapaces de asegurar la paz es preciso renovar el corazón del hombre para renovar los sistemas, las instituciones y los métodos. La fe cristiana tiene una palabra para designar ese cambio fundamental del corazón: “conversión”. La paz no es posible sin diálogo pero no se puede dialogar plenamente sin estar bien informado. Este es el mensaje a nuestros lectores tras la noche de paz y en ésta Navidad.
Fuente: LA PATRIA
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