La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo que se repite cada año en el Misterio de Belén para traer paz, alegría, fraternidad y esperanza en cada llegada, es también algo que nos interpela, porque como vivimos esta fiesta compartida, en familia, con amigos y sobre todo, con los más humildes y necesitados que son los preferidos del Señor, estamos enfrentando a los Herodes de nuestro tiempo, quienes hoy más que nunca están cegados por la ambición y el poder.
La persecución que se da a los políticos o quienes le hacen sombra a los que ostentan el poder –que siempre será efímero y pasajero- quienes encarcelan y buscan sacar del medio a sus hermanos de clases, todo con tal de lograr el “control del poder total”, demuestra que el rey Herodes vive y renace en cada Navidad, con mayor fuerza en esta época que el trabajo de los periodistas está bajo acoso en Bolivia y que quienes reclaman por justicia social son también clasificados como de “oposición”, perseguidos y hasta encarcelados.
Sin embargo, algo que no podemos ignorar es que la historia se repite como ocurrió hace más de dos mil años, cuando se anunció el nacimiento del Hijo de Dios, del Mesías y a quien se lo identificaba como el rey de los judíos, siendo así que el rey Herodes desconocía ese hecho, no sólo no entendió nada cuando le hablaron del Niño, sino que más bien quedó cegado por su profunda ambición de poder y la manía persecutoria que le acompañaba para “liberarse” de sus opositores y de todo aquel que no esté de acuerdo con su pensamiento y que pretenda el poder.
Hoy en día existen muchos Herodes que están presentes en todo tiempo y lugar, sólo basta recordar que recién se descubrió una red de estafadores que operaban desde la misma estructura gubernamental y otro grupo de fiscales involucrados, quienes en vez de otorgar una “justicia para vivir bien”, preferían ellos vivir muy bien a través de la prebenda, la extorsión y hasta el cohecho, como siempre ha estado sucediendo en el país.
Esas actitudes demuestran que poco o nada se contribuye para el cambio de la estructura social, económica y moral de Bolivia, porque el tiempo de Navidad nos revela una verdad esencial, que resulta ser hasta incomprensible para quienes están empeñados de asirse de poder, honores, riqueza y hasta el control pleno de su entorno político, siendo a la vez cautivos y enemigos de sí mismos, porque la desesperación por tener el poder los enceguece y además envilece, sin darles tiempo para reflexionar sobre las arbitrariedades y abusos que cometen.
La realidad es clara cuando se advierte por ejemplo que ex autoridades que cometieron irregularidades y lograron un fácil enriquecimiento ilícito, utilizando el discurso del servicio al pueblo, ahora se victimizan y hasta enjuician a quienes denunciaron su mala administración y es más, existen otros funcionarios jerárquicos de entidades del Estado que pretenden ocultar el desvío de recursos económicos, como el caso recién conocido para la instalación de un nuevo horno en la Metalúrgica Vinto, la compra de una locomotora y hasta la pérdida de parte del material en circuito que deja muchas dudas sobre la eficiencia de una buena administración.
A todo ese se suman las obras inconclusas, proyectos incompletos y mal ejecutados que saltan a la vista desde anteriores administraciones que muy fácilmente se “ignoran” o pretenden ignorarse para no crear susceptibilidades o simplemente para proteger a los correligionarios de las agrupaciones partidarias que tienen bajo control el manejo de la cosa pública en la Gobernación y el Municipio, institución que fueron prácticamente saqueadas, al extremo de quedar sin recursos para invertir en obras.
Así el Herodes se multiplica, crece cada año y se deja de lado una historia que es el formidable drama de una alegría que en medio de dificultades, concibe fraternidad, paz y esperanza como una muestra del verdadero y auténtico amor que tuvo Dios para hacerse hombre y vivir en medio de nosotros, caracterizado por la fragilidad y humildad de un niño, desapercibido y carente de dignidades humanas, que no ostentaba el poder y que más bien luchó por proclamar la Palabra hecha carne, que se trasunta en el Verbo Encarnado que será el de un Dios que nos da al Hijo, para que éste a su vez sea quien proclame el amor entre todos y entregue su vida para redimirnos del pecado.
Entonces la Natividad de Jesucristo gravita el profundo misterio donde confluyen la omnipotencia y la indefensión, la fuerza de un Dios que nace en la debilidad y goza sólo la protección de su madre, mostrándonos que la Navidad es la creciente vigilancia del amor de un hombre y una mujer cuyo gozo, circundado por la pobreza y las dificultades, descansa en la presencia de un niño donde cristaliza el cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo amado” (Jn 3, 16).
Así se consuma el Misterio de Belén presente en la encarnación, cuando Dios se hace hombre, entra en la historia y la “deifica”; puesto que el hombre deviene así signo sacramental del Dios encarnado, que ahora está presente en medio de nosotros en la representación del Belén, el árbol de Navidad y la cena de Nochebuena, que permite vivir una fiesta familiar, además de los regalos navideños que ponen de manifiesto la gran importancia del tiempo de la Natividad de Jesús, donde renace la alegría y la esperanza por lograr un cambio de actitud en quienes hoy se precian de ser defensores de los derechos y libertades ciudadanas, sometiendo a capricho a quienes dicen su verdad y no comulgan con ellos.
Ojalá esta Noche Buena sea el espacio de reencuentro y reafirmación de fe en el respeto, la unidad, fraternidad y esperanza que tiene que existir en cada uno de nosotros para vivir a plenitud con libertad y dignidad, sin la persecución que ejercía Herodes para tener y ostentar el control del poder y disfrutarlo a su libre albedrio.
(*) Periodista.
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