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Domingo 23 de diciembre de 2012

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Cultural El Duende

La declinación del espíritu crítico en Europa

23 dic 2012

Fuente: LA PATRIA

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“La gente”, observó Octavio Paz en uno de sus últimos textos, referido precisamente a la situación europea, “vive más años pero sus vidas son más vacías, sus pasiones más débiles y sus vicios más fuertes. La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros”. [...] “La democracia está fundada en la pluralidad de opiniones. Nada menos democrático y nada más infiel al proyecto original del liberalismo que la ovejuna igualdad de gustos, aficiones, antipatías, ideas y prejuicios de las masas contemporáneas”.

También en Europa la actual democracia de masas celebrada como uno de los grandes logros progresistas de la segunda mitad del siglo XX desplazó a las viejas aristocracias tradicionales del gobierno y del ámbito entero de la cultura. Ralf Dahrendorf, uno de los grandes teóricos de la democracia, ha llamado la atención sobre la pérdida global que ha significado para Gran Bretaña el ocaso de la antigua meritocracia en todos los campos de la política y la cultura. Dahrendorf se preguntó por qué la modernidad conlleva la posibilidad de una terrible barbarie y por qué países como Gran Bretaña desplegaron durante el siglo XX una afinidad muy reducida hacia fenómenos como el fascismo, el nacionalismo y el comunismo. Según su teorema, esto se debería a una modernización incompleta: Gran Bretaña habría sido la primera sociedad en introducir el Estado de Derecho y una amplia vigencia de los derechos humanos, pero habría conservado instituciones contrapuestas a la usual legitimación moderna democrática, tales como la Cámara de los Lores, la High Church anglicana, el Servicio Civil, el sistema universitario y, sobre todo, la presencia de élites meritocráticas en el campo cultural. Esta influencia habría sido decisiva a la hora de crear y consolidar valores de orientación razonable: las normativas meritocráticas constituirían un dique contra la posibilidad de regresión y barbarie que está contenida paradójicamente en la modernidad democrática.

Dahrendorf ha observado que la nueva elite dominante hoy en día, de carácter y alcance mundiales, viaja mucho y cruza fronteras cada momento, pero sólo conoce y se mueve en el ambiente uniforme y anónimo de aeropuertos, hoteles, bancos y, obviamente, en el ámbito de la tecnología más novedosa. Pero este estrato, según Dahrendorf, rechaza la dimensión nacional en todo, empezando por la política y terminando por la cultura; le son indiferentes las redes tradicionales de solidaridad, la creciente desigualdad social, las convenciones locales y los hábitos regionales, los anhelos particulares de cada país y las necesidades de cada región. Este nuevo estrato, dice Dahrendorf, termina siendo un peligro para la democracia.

También en la Europa contemporánea la tan alabada democracia del presente incluye la manipulación de la consciencia de dilatados segmentos poblacionales mediante los medios modernos de comunicación, manejados por las nuevas elites, más arrogantes, incultas y aviesas que todas las anteriores. El orden contemporáneo, con una sociedad civil aparentemente bien educada e informada, no excluye el despliegue de fuertes sentimientos nacionalistas, xenófobos e irracionales. En Europa se expanden inmensas redes mafiosas (basadas en los países orientales) y fenómenos de corrupción de una magnitud insospechada hace pocas décadas. Ante este tipo de desarrollo, postmodernistas y neoliberales no exhiben la necesaria consciencia crítica; muchos de sus más conspicuos representantes se dedican a alabar las manifestaciones más burdas de la cultura popular. En Europa Oriental la mayoría de los actuales neoliberales era hasta hace pocos años socialistas convencidos, altos burócratas y administradores de empresas estatales, que hoy se han convertido en los felices propietarios capitalistas de las mismas. En algunos países de Europa Oriental este proceso ha contribuido a cimentar la tradición autoritaria pre-existente y a debilitar una actitud crítica frente al horizonte normativo de la actualidad.

Esta abdicación del pensamiento se percibe también en Europa Occidental, donde se va extendiendo uno de los modelos más sólidos y refinados de un burocratismo asfixiante y exhaustivo, y donde, al mismo tiempo, se advierten una conformidad resignada de parte de la población y una deplorable inclinación apologética entre los intelectuales. La edificación institucional de la Unión Europea, por ejemplo, se asemeja a una fría construcción pragmático-tecnicista consagrada al éxito económico-financiero con total prescindencia de factores culturales e históricos. La adhesión a ella se debe, por lo tanto, exclusivamente al oportunismo económico. En la edificación de esa gran comunidad no hay una visión política de largo plazo, no se dan vínculos emotivos dignos de mención, no existen criterios para identificarse plenamente con la enorme fábrica legal-institucional, sólo la fría razón instrumental de los burócratas internacionales.

Contra esto se puede argüir que la Unión Europea ha instituido los llamados centros de excelencia para promover la investigación científica de la más alta calidad en todas las áreas, incluyendo las más alejadas de la aplicación comercial inmediata. Pero el conocido pensador alemán Wolf Lepenies, creador justamente de tales centros, afirmó que el organismo ejecutivo de la Unión, la Comisión Europea (Bruselas), ha desterrado las ciencias humanas y sociales a los confines de sus planes. Habría dejado, por ejemplo, sólo “unas gotitas de sociología para hacer más fluidas las acciones del gobierno y la administración y proveerlas así de una legitimidad adicional”. Menos del 1 % del presupuesto de la Comisión iría a parar a gastos de investigación, y de ese monto, una porción exigua y simplemente insignificante a las disciplinas humanistas. El ex-ministro francés de investigación, Roger-Gérard Schwartzenberg, admitió que los criterios de financiamiento de los proyectos científicos era la posible utilización comercial y, mencionando estos nombres específicos, reconoció que pensadores como Sigmund Freud o Hans Kelsen hoy no serían tomados en cuenta para nada.

La ampliación de la Unión Europea sigue criterios de maximización económica y seguridad militar-estratégica, dejando a un lado todo elemento humanista, es decir lo que durante siglos conformó la especificidad de la cultura europea y lo que hizo este pequeño continente grande y encomiable a nivel mundial. La dimensión de la actual Unión Europea, su complejidad y opacidad impiden una vida cotidiana auténticamente democrática: lo gigantesco no significa per se lo positivo y ejemplar. Las decisiones importantes de la Unión Europea son tomadas en forma elitaria por pequeños equipos de tecnócratas, sin que la población se entere mucho de estos tediosos detalles. En Europa la evolución económica y social va de la mano de un desarrollo uniformador: las identidades nacionales van desapareciendo y pronto dará lo mismo vivir en Helsinki o en Lisboa, porque todo tendrá el mismo carácter homogéneo y aburrido.

Las pautas de comportamiento de las clases dirigentes

Para los bolivianos que están en la cúspide del poder político o económico, el principio rector de todo su comportamiento grupal es muy simple: el hombre es el lobo del hombre, por ser inconfiable, taimado, consagrado a la ventaja personal y a las prácticas mafiosas. Este lobo contemporáneo no toma en consideración los derechos de sus conciudadanos. Por ello nadie cree ni confía en nadie. Éste podría ser el tipo ideal de los componentes de las diversas elites bolivianas desde la fundación de la república. Durante la colonia esta constelación de valores normativos era fundamentalmente la misma. Los regímenes que intentaban el cambio radical el socialismo militar, el nacionalismo revolucionario, el socialismo comunitario no han podido o no han querido modificar las pautas normativas básicas de las clases dirigentes.

La mayoría de los políticos y empresarios es impermeable a razones históricas o a ejercicios de comparación internacional. Con pocas y honrosas excepciones muestran una total indiferencia a todo lo que esté vinculado, así sea lejanamente, con el horizonte de la cultura. Para ellos la historia no es la maestra de la vida. Las elites bolivianas no han desarrollado un comportamiento inteligente que englobe la posibilidad del éxito propio y simultáneamente la concesión temprana de demandas sustanciales en favor de otros sectores sociales. La sociedad en su conjunto no aparece en el horizonte de sus preocupaciones.

La regla normativa de las elites es la criticada por Alcides Arguedas: piensa mal y acertarás. Hay que actuar como si se hubiera sufrido cotidianamente una desilusión, un desengaño, que debe ser memorizado y comprendido. La actuación adecuada está dirigida a embaucar sistemáticamente al prójimo. Esto presupone un plan de estrategia instrumental para neutralizar los intentos de engaño que provienen de los otros. Pero los partidarios de la astucia irrestricta olvidan una dimensión fundamental de la problemática. El bienestar de la sociedad a largo plazo exige conocer a tiempo las connotaciones negativas de todo proceso, y por ello la sabiduría será siempre un bien superior a la astucia.

A las clases dirigentes les falta hoy no sólo la comprensión de este último argumento, sino también un arte de la vida, un modo de configurar la esfera cotidiana que sea razonable en sentido ético y estético. Los bolivianos se han consagrado sólo a la astucia y han dejado de lado la ética general. La clase empresarial no es básicamente diferente en sus valores de orientación. Muchos empresarios del presente, sobre todos los que han crecido a la sombra del poder, tienen la misma visión de la nación país que los políticos: el país representa el conjunto de recursos que puede y debe ser esquilmado lo más rápidamente posible. Muy temprano aprendieron a privatizar las ganancias y a socializar las pérdidas, lo cual hasta hoy no funciona sin un estrecho vínculo con el Estado.

Casi todos los sectores de la clase dirigente política carecen del elemento conservador de la aristocracia europea, que fue una estrategia de preservación de los propios privilegios, concebida para una larga perspectiva, para lo cual es necesaria la renuncia a algún “disfrute” del presente. Para conservar los privilegios actuales de los políticos en favor de sus propios descendientes, aconsejo cinco pautas de acción, que son de comprensión elemental y de ejecución relativamente simple: implementar pocas políticas públicas (pero efectivas y bien concebidas), escuchar con atención y humildad a la opinión pública, mejorar algo el reclutamiento de los funcionarios estatales, abrir la boca después de pensarlo dos veces y robar con moderación y discreción. Ninguno de estos preceptos significa una moral puritana ni una renuncia a los goces profundos que entraña el poder político. Y están al alcance de elites mediocres como las nuestras.

H. C. Felipe Mansilla. Doctor en filosofía. Académico de la lengua.

Fuente: LA PATRIA
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