Cuando se dice la palabra libertad, ésta se asocia a diferentes contextos. Por ejemplo “el Estado no debe meterse con mi libertad de elegir escuela para mis hijos”. Para otros, libertad significa: “Qué el Estado me de libertad de oportunidades para salir de mi pobreza”. Encerrarse en el marco de cada uno de los dos conceptos es aislarse y enemistarse. La libertad no funciona, en ningún caso, sin responsabilidad.
Otra palabra, socialismo. El padre que quiere tener libertad para elegir la escuela de sus hijos, asociará la palabra negativamente: “El socialismo te quita tu riqueza y tu libertad”. Para la otra persona, socialismo será “mejores oportunidades y por consiguiente más libertad”.
Podemos agregar algunas otras palabras como rasismo. El vocablo se enmarcará como concepto “esencialista”: “son inferiores porque no piensan ni actúan como nosotros”. El otro personaje razonará en el contexto de la justicia: “No soy inferior. Que me devuelvan mi lugar en la sociedad”.
La grieta se ahonda y nuestros personajes se agruparán en entidades de derecha e izquierda en nombre de unas palabras que pueden significar cosas diferentes en contextos distintos. Ya asociados políticamente nuestros dos personajes, se distancian más, a la hora de discutir las soluciones.
Para dar oportunidades, “hay que nacionalizar, socializar para distribuir mejor”, señalarán.
Los otros responderán: “Se trata de ser disciplinados, trabajadores y emprendedores para poder tener oportunidades”. “Nadie me quita mi riqueza”, dirán.
El dilema es encontrar una alternativa a dos posiciones cerradas en marcos de pensamiento pre fabricados, ¿por qué pre fabricados? Porque las ideologías servían para la etapa del industrialismo, hoy estamos en la era de la cibernética que, bien o mal, nos ha “igualado” aunque sea “virtualmente”.
Nuestros dos personajes, empero, tienen un parecido oculto, que hay que descubrirlo: Ambos quieren progresar. Esa palabra puede tener un contexto unitario que junta en lugar de separar, pero para que eso suceda necesita enmarcarse en la mentalidad del ciudadano: Si el progreso es el común denominador, éste debe darse en libertad, pero esa libertad debe ser aquella que dé oportunidades no sólo al trabajador sino al empresario, al comerciante, al consumidor, al viejo y al niño.
No se trata de quitar riqueza, se trata de repartirla mejor para lo que se necesita definir: “el bien común”.
Ello implica aceptar los impuestos no como una carga sino como una inversión a favor de la sociedad nacional apoyada por todos o por la mayoría.
Para la nueva alternativa, el corrimiento de clases o el defenestrado desclasamiento, debe ser lícito. Debemos olvidar esta última palabra porque está enmarcada en un contexto negativo. El transcurso de una clase a otra no debe dar vergüenza, debe llenarnos de orgullo, así estaremos combatiendo el racismo estructural sin siquiera hablar del tema.
¿Cómo lograr esta alternativa “idealista”? Revalorizando el idioma y buscando elementos unificadores que respeten los pensamientos más elementales como libertad, solidaridad y fraternidad que nacieron con la revolución francesa. Si es tan simple, pasen de la teoría a la práctica.
Felices fiestas de fin de año.
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