Es frecuente escuchar a mucha gente proferir frases como “no me gusta la Navidad, es una fiesta de injusticia” o “estoy pensando en un regalo que no será igualado”, “me gusta la Navidad con villancicos y buñuelos” y eso de “la Navidad es la fiesta para revivir la llegada del Hijo de Dios”, aunque de manera general observamos en la práctica que esa fiesta cristiana se ha convertido en una competencia mercantilista de alto grado.
Tan fuerte es la ascendencia del valor comercial de la Navidad que miles de personas dedican su tiempo e invierten su capital, grande o pequeño para convertirse en comerciantes de una temporada especial, en la que la otra gente, la que compra y gasta, hace lo posible por mostrar ostentación en la compra de aquellos regalos que han salido de la sencillez y se ubican en la lista o en la exposición de los productos suntuarios de temporada.
Aquí hay que señalar que evidentemente, se trata de una circunstancial ocasión que permite a miles de personas sacarle provecho material indirecto a la fiesta de los regalos, pesos más, pesos menos cubren necesidades de un sector comercial que sin embargo crece anualmente pues no otra cosa significa que el espacio de las ferias navideñas se amplía desmesuradamente ocupando cuadras y más cuadras en gran parte de la ciudad, ferias, mercados y la mayoría de las aceras del centro urbano. Allí donde hay un espacio apropiado, hay un negocio temporal en el que a nombre del Niño Jesús se vende una insólita variedad de productos… y resulta que compradores no faltan.
La competencia del comercio navideño influye inclusive en la conciencia ciudadana, pues si hay muchos que quisieran mantener el sentido cristiano de recibir al Niño Dios, con humildad y como dicen, con buñuelos, villancicos y sencillos presentes la irrupción del sistema mediático, las gigantes campañas publicitarias y el desmedido afán humano de querer ser más que el otro, no importa cómo, hacen que la fiesta de la cristiandad vaya perdiendo paulatinamente su esencia de amor, fraternidad, solidaridad y especialmente de renovación de la Fe por el advenimiento del Hijo de Dios.
Da pena saber que tras el pretexto de la Natividad se produzca un juego de características deshumanizantes, por la abierta injusticia que muestra un poder del que más tiene sobre el que menos puede competir en la guerra mercantil que se desarrolla sin medida ni clemencia en un gigante mercado de la ciudad, frío, insensible, poderosamente influenciado por el poder que da el dinero y que se sobrepone a la conciencia de la igualdad entre seres iguales.
Este es otro año en que veremos más competencia que tradición, muchas caritas felices de niños privilegiados y más rostros tristes de pequeñuelos que sentirán en su corta edad, aunque sin entenderlo plenamente, la diferencia que marca esa ostentación indebida entre los que tienen la suerte de recibir un mayor aguinaldo, pues ahí está la diferencia que marca los niveles de la insensibilidad y la fuerza del marketing publicitario.
Hay que sentir el espíritu de la Navidad en toda su dimensión, ya que su rememoración es cuestión de fe, de reafirmar que la llegada del Hijo de Dios sirve para unirnos, por encima de lo material y superficial. Hay que fortalecer la reunión familiar sin compromisos mercantiles.
Fuente: LA PATRIA
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