Hace unos cinco meses publicamos el artículo “Pandemia de corrupción” (ANF, 21 de julio de 2012) en el que describíamos algunos de los muchos casos de corrupción que se han ido desvelando en los últimos años en las esferas del gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia. Tal vez pudo parecer exagerado ese título, pero sin embargo ha sido premonitorio. Hasta hoy los actos corruptos se han multiplicado exponencialmente, habiendo salido a la luz de manera casi casual una larga lista de nuevos escándalos a pesar de persistentes intentos de ocultarlos.
Todavía se oyen voces gubernamentales que tratan de calificar esos hechos como resabios de los gobiernos neoliberales, pero ya nadie cree en esa explicación. La red de corrupción se ha incrustado en el oficialismo y es previsible que siga creciendo mientras se mantengan los mismos presupuestos ideológicos del partido oficialista. Con el ánimo de ayudar a los responsables del Gobierno hacemos esta reflexión por si todavía pueden ser rectificados esos presupuestos. De lo contrario se recordará a este Gobierno como uno de los más corruptos de la historia de Bolivia.
Seguramente ya se han pensado adoptar algunas medidas obvias, tales como un mayor control de los funcionarios públicos, exigencia de declaración de bienes, procesos judiciales rápidos, endurecimiento de las sanciones penales entre otras, etc. Sin embargo, estas medidas apenas tendrán efectos si no se ataca a la raíz de la corrupción y no se desmontan ciertos presupuestos ideológicos erróneos.
Un primer factor que ha desencadenado la corrupción es la estrategia maquiavélica, confesada abiertamente por el vicepresidente Álvaro García Linera, de acaparar todos los poderes del Estado, lo cual en gran parte ya ha sido conseguido con procedimientos no siempre legítimos. El totalitarismo es el caldo de cultivo de la corrupción, tal como históricamente se ha comprobado en gobiernos tanto de derecha como de izquierda. Los tres poderes clásicos deben mantener una independencia que les permita ser referentes críticos entre sí. Por encima de las autoridades están los derechos humanos universales y las leyes, especialmente la constitución, que todos sin distinción, gobernantes y gobernados, deben cumplir, salvo objeción de conciencia en el caso de ser leyes injustas.
Igualmente hay que respetar a los partidos de oposición sin discriminarlos y, mucho menos, anularlos. Se debe reconocer y valorar la legitimidad de la diversidad de opciones políticas dentro del marco democrático. Ningún partido debe atribuirse el monopolio de la verdad. La alternancia de personas y partidos en el poder es una garantía para evitar que la corrupción se perpetúe. El expresidente Lula del Brasil ha dado una lección al no presentarse a la reelección, sabiendo incluso que se exponía a ser investigado por los actos corruptos que se produjeron durante su gobierno.
Otro factor de corrupción del oficialismo es el encumbramiento de determinados líderes creando en torno a sí un servilismo que llega a su adulación como si fueran intocables, silenciando y encubriendo sus posibles fallos y delitos. La humildad de los gobernantes y la apertura a la crítica contribuye a cortar la corrupción, antes de que sea irreversible.
Por ello es muy necesaria la libertad de los medios de comunicación dentro de una ética comunicacional. Querer controlar los medios bajo pretexto de que no están al servicio del proceso de cambio, contribuye al aumento de la corrupción. En nuestro país la mayoría de los hechos corruptos han sido desvelados por valientes periodistas que aman la justicia a pesar de exponerse a las represalias del oficialismo.
Un grave error ha sido y sigue siendo el impulsar las creencias telúricas ancestrales que muchas veces se reducen a cultos rituales a la madre tierra y al sol y a proclamaciones éticas como el “ama sua, ama lulla y qhella y ama llunku”, expuestas a ser manipuladas por los gobernantes como se ha visto en la política neocolonialista con la que el Gobierno está tratando a los pueblos indígenas originarios del Tipnis.
La religión católica sigue siendo el mejor antídoto a la corrupción. Si bien en la Iglesia ha habido y hay actos inmorales, en algunos de sus miembros, éstos son minoritarios. La práctica sincera del cristianismo puede ayudar mucho a superar las tentaciones de la codicia y de la avaricia. Muchas personas caen en ellas, llevadas por el deseo de acumular bienes para “vivir bien” o mejor, contraviniendo los mandamientos de no robar y de no codiciar. Ya San Pablo, confrontado por el mundo grecorromano, claramente predicó que ni los injustos, ni los ladrones, ni los avaros… heredarán el Reino de Dios (1 Co 9-10).
La enseñanza de la Iglesia es luminosa porque está basada en la predicación del mismo Jesús, modelo del amor a los hermanos hasta dar la vida por ellos. Él ha sido, es y será el ideal ético para todo hombre y para toda la humanidad. Su Espíritu de Verdad y de Caridad es la energía viva que nos impulsa hacia la verdadera Vida. Cristo Rey vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos y su Reino de Justicia, Amor y Paz no tendrá fin.
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