En la historia de la humanidad se reconocen dos etapas, la anterior a Cristo (a.C.) y la posterior a Él (p. C.), que podemos calificar como la etapa precristiana y la cristiana. Aunque recientemente han resurgido propuestas para eliminar todo vestigio religioso en esa clasificación, sigue siendo el esquema más utilizado a nivel universal.
El punto clave de inflexión de esas dos etapas se refiere al nacimiento de Jesús, narrado en los evangelios y situado tradicionalmente en la fecha del 25 de diciembre, cercano al 1° de enero, considerado el inicio del primer año de la era cristiana. Sin entrar aquí en la discusión sobre la exactitud de esas fechas, veamos la significación teológica y, por lo tanto, histórica de esa y otras fechas relacionadas.
El nacimiento de cualquier ser humano tiene una importancia capital en su propia vida y también en la vida familiar, social y jurídica. Corresponde al momento de salir del seno materno y de ser cortado el cordón umbilical, iniciando el nuevo ser una vida más autónoma. Jurídicamente el certificado de nacimiento tiene una importancia capital para el reconocer plenamente su personería jurídica.
Sin embargo, esa fecha no es la definitiva para fijar el inicio de la vida humana. Ya antiguamente se daba importancia a la vida prenatal del feto dentro del seno materno y se trataba de protegerla frente a la barbarie del aborto. Actualmente con las técnicas de la fecundación extracorpórea, se puede señalar con total exactitud el inicio de la vida humana en la fusión de los dos gametos masculino y femenino, el espermatozoide y el óvulo respectivamente, que se conoce con el nombre de concepción. Por lo tanto es más exacto situar el inicio de la etapa cristiana en la concepción virginal de Jesús en el seno virginal de María, fecha que se sitúa en el 25 de marzo, nueve meses antes de su nacimiento.
Pero cabe todavía puntualizar más en el inicio exacto de la era cristiana. La Iglesia Católica, aún sin disponer de datos históricos comprobables, ya desde los primeros siglos ha comprendido, que la Virgen María es la persona humana clave para comprender mejor el plan divino en la historia de la salvación. Ella fue la persona elegida para ser habilitada por la Rúaj Santa y concebir virginalmente en su seno a Jesús.
Según lo arriba explicado, el nacimiento de la Virgen María y su concepción en el seno de su madre Ana, adquieren gran importancia en la historia de la salvación. Sin embargo no hay datos que permitan fijar con exactitud esos dos acontecimientos históricos, ya que en los cuatro evangelios reconocidos por la Iglesia, ni siquiera se mencionan. La Iglesia a partir del siglo V comenzó a celebrar el nacimiento de la Virgen María, cuya fiesta, a partir del Concilio de Trento en el siglo XVI, se situó en el 8 de septiembre. Luego también se celebró la concepción, descontando 9 meses, o sea el 8 de diciembre.
Sin embargo lo más relevante no es la datación histórica exacta de la concepción de María, sino su importancia teológica. Durante varios siglos hubo en el seno de la Iglesia una gran discusión entre los que negaban y los que afirmaban el privilegio con el que Dios favoreció a María ya en su misma concepción. Aunque ésta se realizó de manera natural por la unión de sus padres, Joaquín y Ana, Dios quiso que excepcionalmente fuese preservada de toda mancha de pecado original. Este privilegio de la “Inmaculada Concepción”, indica que María tuvo el especial privilegio de quedar inmune de la influencia diabólica a la que estaba sometido el género humano, heredero de la mancha original causada por el pecado de Adán y Eva según el relato bíblico de la creación (Gn 3).
Así lo pronunció solemnemente el Papa IX en la bula Ineffabilis Deus, el 8 de diciembre de 1854: “Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”.
La Inmaculada Concepción significa la redención privilegiada de María, iniciando así una nueva etapa en la historia de la humanidad que se mostrará patentemente en la redención en la Cruz de Jesucristo, aplicada a cada creyente en el sacramento del bautismo. Por eso en la Iglesia Católica y también en otras iglesias cristianas se celebra con gran alegría esta fiesta en la que se preanuncia el inicio de nuestra salvación.
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