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Domingo 09 de diciembre de 2012

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Cultural El Duende

Jaime Sabines

09 dic 2012

Fuente: LA PATRIA

Jaime Sabines. Chiapas, México, 1926 México D.F., 1999. Ha publicado, entre otros, los poemarios: Horal (1950), La señal (1951), Tarumba (1956) y Diario semanario y poemas en prosa (1961) a donde pertenecen los poemas aquí reproducidos

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[Si hubiera de morir dentro de unos instantes…]

Si hubiera de morir dentro de unos instantes, escribiría estas sabias palabras: árbol del pan y de la miel, ruibarbo, cocacola, zonite, cruz gamada. Y me echaría a llorar.

Uno puede llorar hasta con la palabra “excusado” si tiene ganas de llorar.

Y esto es lo que hoy me pasa. Estoy dispuesto a perder hasta las uñas, a sacarme los ojos y exprimirlos como limones sobre la taza de café. (“Te convido a una taza de café con cascaritas de ojo, corazón mío”).

Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio, antes de que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una bolsa de cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por este hígado estupendo que me dejó comer todas tus rosas, el día que entré a tu jardín oculto sin que nadie me viera.

Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes –que son estrellas caídas y envejecidas en el polvo de la tierra– y lo anduve sonando como una sonaja mientras reía. No tengo otro rencor que el que tengo, y eso porque pude nacer antes y no lo hiciste.

No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.

[A medianoche…]

A medianoche, a punto de terminar agosto, pienso con tristeza en las hojas que caen de los calendarios incesantemente. Me siento el árbol de los calendarios.

Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huérfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido la esposa, ¿cómo se llama el que pierde un hijo?, ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme, si me pierdo a mí mismo?

El día y la noche, no el lunes ni el martes, ni agosto ni septiembre; el día y la noche son la única medida de nuestra duración. Existir es durar, abrir los ojos y cerrarlos.

A estas horas, todas las noches, para siempre, yo soy el que ha perdido el día. (Aunque sienta que, igual que sube la fruta por las ramas del durazno, está subiendo, en el corazón de estas horas, el amanecer.)

[Con la flor del domingo…]

Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean en la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente, peinadas y planchadas, caminan, por entre los niños y los globos, y charlan y hacen amistades, y hasta escuchan la música que en el quiosco de la Alameda de Santa María reúne a los sobrevivientes de la semana.

Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución, o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban.

Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ellas disfrutan su libertad provisional y poseen el mundo, orgullosas de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces.

(¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!)

[La tarde de domingo es quieta…]

La tarde de domingo es quieta en la ciudad evacuada. A la

orilla de la carretera la gente planta su diversión afanosamente.

Hasta este > se toma con trabajo, y los carros se amontonan promiscuamente, lo mismo que las gentes que se quedaron en los cines, en los toros y otros espectáculos. Nadie busca, en verdad, la soledad, y nadie sabría qué hacer con ella.

Bueno tomar el aire limpio de tales horas: este espíritu gregario sólo da recetas para vivir.

Igual que la borrachera de los sábados, las visitas a las casas de amor y hasta las maneras del coito, se estereotipan. La vida moderna es la vida del horario y la mediocridad ordenada. Dios baja a la tierra los domingos por la mañana a las horas de misa.

Pero esta tarde es quieta y libre. El inmenso cielo gris, inmóvil, iluminado, se extiende sobre las casas de los hombres. Y uno sabe, recónditamente, que es perdonado.

[En el estadio de la ciudad los borrachos caminan en círculo]

En el estadio de la ciudad

los borrachos caminan en círculo:

cinco metros de rodillas,

cinco de pie y cinco de cabeza. Después de

esto, cogen su cuerpo del cuello,

y se arrastran hasta llegar al lugar de partida.

En el círculo que recorren los borrachos

hay una laguna, un incendio,

un prado cubierto de niebla

y muchos vidrios de sol en el suelo.

El ángel guardián de los borrachos

es siempre una mujer desnuda que

está delante de ellos.

Cuando el borracho abre los ojos deja de ver.

La palabra con que habla el borracho

es un alambre violeta. Sólo el calor del trago

le llena el pecho de arañas que hablan oscuramente.

Los borrachos que gritan no duran mucho,

se derraman como una arteria rota.

Los silenciosos están siempre conversando con Dios.

El diablo es el reverso de la moneda de Dios,

la única moneda que les queda después de todo,

la que usan para pagar su último trago.

¡Hay que ver la marcha de los borrachos,

entre los reflectores de la ciudad,

esta semana y la otra, a partir de las once de la noche!

Fuente: LA PATRIA
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