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Domingo 09 de diciembre de 2012

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Cultural El Duende

Gramatiquerías

El castellano en serio y en broma

09 dic 2012

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ASOMARSE Y APROXIMARSE

Asomar, es nada más que empezar a mostrarse; (asoma el sol entre celajes); es también sacar o mostrar alguna cosa por una abertura o por detrás de algo; (se asomó a la ventana o por la ventana). Este verbo no incluye la idea de que el hecho o el acto acaben en una aproximación. Por lo mismo, es impropio decir: Me asomé a saludar a mi adorada, (y es además peligroso, porque la cosa puede acabar en matrimonio); Me asomé esperanzado a la bella esposa de Cornelio; (ahora el chiste puede costar caro). En ambos casos, lo cabal es decir: Me aproximé... (En el segundo caso, lo correcto y prudente es no aproximarse siquiera). Y ahora les doy un ejemplo del uso adecuado del verbo en cuestión:

Sollozando un niño se aproxima a un Policía y le dice:

–¡Me he perdido! ¿No ha visto Ud. pasar a una señora sin un niño como yo?

También se puede emplear la palabra acercarse con la misma propiedad que aproximarse, como en el siguiente episodio:

Dos amigos, preparándose para cazar patos silvestres, se mimetizan cubriéndose con un cuero de vaca. El que hace de delantero lleva un fusil. De repente el alojado en la parte posterior empieza a gritar:

–¡Pronto! ¡Dame el fusil!

–¿Qué pasa? ¿Ves patos?

–No... Es que se acerca el toro.

¿EN DÓNDE? - EN AQUÍ

Si para la exquisita sensibilidad de Uds., versallescos amigos míos, es chocante la burda y suburbana expresión en aquí, me permito preguntarles: ¿por qué no lo es en donde, que le corresponde exactamente?

He aquí, mis amados catecúmenos, algo que jamás he alcanzado a comprender, sin embargo de haber meditado tanto como Chile para urdir sus maquiavélicas imposturas. ¿Qué sucede con todos, en efecto, incluyendo a la venerable matrona que es la Real Academia Española y a los escritores sagrados, que a nadie parece repulsivo decir y escribir en dónde? ¿Por qué, –y esto no tiene vuelta de hoja– si es lícito preguntar en dónde, no ha de ser también lícito y lógico hasta más no poder, contestar en aquí, en allí? ¿Incuestionable, verdad? Fernando Corripio, en su Diccionario de incorrecciones, está con nosotros y también Andrés Santamaría y Augusto Cuartas.

Y de esta mercadería van varias muestras, todas convincentes, de ser generales el uso y el abuso que se hace del repelente en donde, aun en los niveles más selectos. Veamos: ¿En dónde está el equipaje del señorito?; -Benito Pérez Galdós, (Doña Perfecta); No hay Museo de Europa en donde puedan verse telas anteriores a Cristo; -Germán Arciniegas, (El Diario, 11-1-76); De pronto no pudo explicarse en dónde se encontraba; -Carlos Medinaceli, (La Chaskañawi); Todas las noches me reúno con una patota de muchachos. ¿Y en dónde?; -Juan José de Soiza Reilly, (La ciudad de los locos). En “Selecciones” de Enero del 76, figura esta eutrapelia: San Pedro y el demonio discutían a quién tocaba componer la cerca rota que separa el cielo del infierno. Por fin exasperado, el Santo exclamó:

–¡La arreglarás tú, Satán, o te demandaré!

–Demándame si quieres, pero, ¿en dónde conseguirás un abogado?

En una traducción de En Busca del tiempo perdido de Marcel Proust, hay profusión de estos en donde: El recuerdo de otros sitios en donde yo había vivido y en donde podría estar. Pero en la misma obra se encuentra también numerosos ejemplos en que está ausente la preposición en:

Cuartos estivales donde nos gusta no separamos de la noche tibia, donde el rayo de luna lanza su escala encantada y donde dormimos como al aire libre; forma esta última innegablemente más eufónica, y que habría resultado inclusive cacofónica si se incrustaba en cada período la preposición en, que no hace falta alguna, como hemos visto.

En un rasgo humorístico, Arthur Miller, famoso dramaturgo, dijo: El teatro está en fase de franco declive: ¿Dónde están los grandes dramaturgos? Esquilo murió, Shakespeare, Ibsen y Bemard Shaw murieron también. Y yo mismo no me encuentro nada bien. ¿No habría sido aspérrimo que dijera: En dónde están los grandes dramaturgos?

Y hasta José Iglesias, hablando correctamente, opinó que la felicidad hay que buscarla todos los días, estés donde estés…

Y ahora, ya que han soportado Uds. tan larga lata, vaya para su legítimo esparcimiento un caso en que se hace cabal uso del adverbio donde:

–Tengo un primo tan feo, que una vez, visitando el zoológico, preguntó a uno de los guardianes dónde estaba la jaula de los monos. El Guardián, tras mirarlo detenidamente, le repuso:

–Si Ud. no sabe volver, ¿para qué sale de la jaula?

Y otro caso en que, por suerte, se dice solamente aquí y no en aquí:

Dos borrachos despiertan en la Policía entre rejas.

–¿Por qué estamos aquí? –pregunta uno de ellos a su compañero.

–¿Te acuerdas del último farol al que nos agarramos, aquél que estaba apagado?

–Sí

– No era un farol. Era un policía.

Y un tercer caso en que las dos palabras van debidamente liberadas de la indeseable preposición en:

Un rústico entra en un almacén.

–¿Tiene Ud. uno de esos aparatos para ver la lluvia?

–Querrá Ud. decir un barómetro.

–Eso.

–Aquí tiene uno. Cien pesos.

–Gracias. Y ahora dígame: ¿Dónde se le aprieta para que llueva?

LA ORDEN DEL DÍA

Una Convocatoria publicada por el Directorio del Club Social, nos mueve a ocupamos de este tema. El aviso dice que el Directorio convoca a Junta General Extraordinaria para el día... con el siguiente Orden del Día.

Y bien. Es hora de que con la venia de estos distinguidos amigos nuestros enderecemos de una buena vez esta distorsión idiomática que pretende tomar ya carta de naturaleza, burlando requisitos y trámites indispensables para nacionalizarse, o siquiera para ganar radicatoria.

Comencemos por reconocer que hay partidarios clandestinos, cada vez más numerosos, (¡cuán prolífica es la cizaña!), del masculino el Orden del Día. Pero nosotros, que somos del mismo equipo que ustedes, incorporados a las belígeras huestes de la afición común, nos decidimos decididamente por lo femenino, de acuerdo con José María Peman que escribió: La orden del día del Concilio parece que será una cosa tan desorbitada e inmensa como la “unión de las Iglesias”, (ABC, 18-IV-59). Veamos por qué pues la cosa precisa demostración, ya que se la discute.

Orden es voz unívoca y ambigua, y por eso la generalidad de los Diccionarios al referirse a ella en la acepción cuestionada, eluden precisar el género; pero los que lo indican, los más, le atribuyen el femenino, y definen la orden del día como lista de los asuntos que se han de tratar en determinada fecha por un cuerpo deliberante, o algo así.

Nuestro criterio se apoya: 1) En la apuntada definición lexicológica. 2) En que los Reglamentos y prácticas parlamentarios han llamado siempre la Orden del Día a la tablilla de los asuntos sometidos al conocimiento de los H.H. Representantes Nacionales. Y se llama la Orden, porque es la que se imparte por el Presidente de una corporación colegiada a mérito de la autoridad que inviste, determinando, (y ése es su exclusivo propósito), cuáles serán los temas que deberá resolver la Asamblea, no el orden en que ha de tratarlos, que es cosa secundaria. Por eso mismo, una interpelación parlamentaria, concluye, según el caso, ya con la resolución de pasar el asunto a la Orden del Día pura y simple, ya a la Orden del Día motivada con voto de censura o de confianza, y no al Orden. (Ver el “Reglamento de Debates” y “El Poder Legislativo” de Jiménez de Aréchaga). 3) En que si lo correcto fuera decir El Orden del Día del Congreso, lo sería también decir El Orden General del Ejército, puesto que en ambos casos se trata de un mandato. Y todos sabemos que se dice La Orden General del Ejército. Si dijéramos El Orden, nos enviarían sobre la marcha al parado y sin rancho. 4) Por último, algo concluyente: Si tuviéramos que pluralizar esta expresión, naturalmente que no diríamos Los Ordenes del Día, (cosa que hasta el oído más torpe rechazaría), sino Las Órdenes del Día, supuesto que orden, en el sentido de colocación de las cosas en el lugar que les corresponde, no admite el plural.

De advertir es, como dato importante, que la tendencia masculinizante halla mayor acogida en los ambientes mesocráticos, (anotarse palabra tan sonora) que no en los selectos. Fácil es comprobar, en efecto, que los escritores prefieren la modalidad femenina. Así, en “Operación Rayo” de William Stevenson, encontramos: Fue mencionado en las órdenes del día; y lo mismo en otras muchas traducciones:

“Traficantes de Dinero”, Arthur Hailey: Eso no está en la orden del día; Víctor Hugo, “Los Miserables”: Nacía la Sociedad de los Derechos del Hombre, que fechaba así una orden del día: Pluvioso, año 40 de la Era Republicana; André Maurois, de la Academia Francesa, “Historia de Francia”: De este modo, el propio Napoleón se colocaba a la orden del día y renunciaba a la autocracia; Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”: Había censurado la agitación contra el Ejército en diversas órdenes del día.

La cuestión griega estaba a la orden del día, Rubén Darío, “Los Raros”; Le confiesa al Teniente Souza que prepara la Orden del día, Vargas Llosa, “La guerra del fin del mundo”; Mariano Ricardo Terrazas, en “El Sacerdote”: Allí es donde la civilización recibe la orden del día.

Augusto Cuestas y Joaquín Mangada, al glosar el “Diccionario de incorrecciones” de Andrés Santamaría, anotan que lo correcto no es el orden del día tratándose de sesiones de corporaciones o asociaciones, sino la orden del día. También nos da razón el conspicuo lexicólogo y académico Niceto Alcalá Zamora en sus “Dudas y temas gramaticales”. Y lo que es decisivo: en “Novedades en el Diccionario Académico”, Julio Casares, conspicuo miembro de la “Real”, escribe: El procedimiento y el nombre están a la orden del día.

Y para concluir, un Certificado de Buena Conducta:

Hace años, la universalmente acreditada Revista española “Alrededor del Mundo” abrió encuesta sobre la materia. Los señores Francisco de P. Chabrán y Alejandro Jiménez Aroozat coincidieron con nuestro aserto aduciendo copia de razones y nadie les contradijo. Y cuenten que la tesis fue planteada en la patria originaria de nuestro idioma, donde es fuerza suponer existe mayor celo purista. (Los españoles tienen fama de celosos. Y ellas... ¡El señor nos coja confesados, si puede cogemos aún después de que ellas lo hicieron!).

Carlos Wálter Urquidi. Abogado,

miembro de la Sociedad de Geografía, Historia

y Letras de Cochabamba.

Para tus amigos: