Ante los innúmeros escándalos sin precedente que se vienen repitiendo cada vez con mayor frecuencia en nuestra patria, es común escuchar por todos los rincones de su geografía la trillada muletilla: “En Bolivia pasa todo y no pasa nada o, lo que no ocurre en ella es raro”, como una forma de vergonzoso conformismo e inusual indiferencia ante esa sarta de desenfrenos que nos están asolando.
Desde el soborno de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, que conmovió a toda la sociedad por el asesinato que lo matizó, pasando por los atroces sucesos del hotel Las Américas en Santa Cruz y casos como el de Chaparina; el del supuesto asesor presidencial del MAS Fructuoso Ávila, hasta concluir en las tropelías del Cártel de la Avenida Arce, gracias a la ordalía que le tocó vivir al norteamericano Ostreicher, suman y siguen los crímenes sin dar con la cabeza de los delincuentes.
Con vocación de electricistas los bandidos han tejido una red de circuitos del crimen cuya tipificación excede el ámbito de la corrupción, para ingresar en el campo de la extorsión. Una banda de parafiscales que se hizo multimillonaria con el “laburo al susto”, generando ese inhumano hacinamiento de los penales con gente inocente que no puede pagar su libertad, porque el precio exigido es muy alto o porque políticamente se han convertido en trofeos de exhibición y escarmiento.
Lo más decepcionante es que los bolivianos tuvimos que erogar 300 millones de pesos, para poner en escena un sainete electoral, dizque dirigido a “renovar el poder judicial”, donde los disconformes que votaron nulo fueron la gran mayoría de compatriotas que no quisieron cohonestar esa farsa, que con impávida pertinacia siguió adelante hasta nombrar una gavilla de jueces y fiscales que hoy nos hacen pasar por las horcas caudinas, en medio de una telaraña delincuencial prolijamente tejida, donde lo único que no se descubre es a la araña que tuvo la habilidad de tejerla.
Que la trama fuese descubierta por el FBI, la CIA o las “honorables autoridades de turno” es el acertijo que se nos presenta para distraernos del tema principal de esta tragicomedia que es conocer: ¿Dónde están los reales escamoteados?, ¿Por qué en una decisión relámpago sobre un recurso de complementación y enmienda que dura meses de trámite por lo regular, el juez desestimó el cargo de agrupación criminal y los mandó a purgar su pena en las oficinas de la Felcc en lugar de una penitenciaría? ¿Acaso los ex ministros de gobierno, como Fortún, Kieffer o Fernández que podían aducir justificadas amenazas de enemigos en el penal, no fueron enviados directamente a esas mazmorras?
La única respuesta plausible a estas interrogantes es que el magistrado, en su infinita bondad y sabiduría, supuso que la presencia de estos facinerosos en una cárcel pública era una peligrosa amenaza para la vida y los bienes de los reclusos y por tanto, decidió precautelarlos, sentando una magnífica jurisprudencia penal sobre el trato que se debe dar a los diestros y a los siniestros.
Tomado de hoybolivia.com
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