La novela de terror, corrupción y de extorsión que, día que pasa crece y salpica hasta los más altos niveles del Poder Judicial, del Ministerio Público, del Poder Legislativo y hasta del Ejecutivo, ha tocado las fibras más sensibles del oficialismo. Unos desaparecen del ámbito político, otros se hacen los del otro viernes; por supuesto, los hay también quienes tratan de ignorar lo que ocurre, enfrentando una temprana campaña electoral, porque es “lo que más les gusta hacer”.
Acumular el Poder, es acumular problemas que surgen de la tentación que nace de la impunidad; considerarse todopoderoso e intocable ciega, e insensibiliza; pero, uno se da cuenta de eso cuando se ponen al descubierto las fechorías que se cometen. Eso es, lo que sucedió con los asesores de los principales ministerios que con una carta abierta y “un poder suficiente” para intervenir en el pensamiento y en la conciencia (si es que la tienen) de jueces y fiscales, violando la Constitución Política del Estado que determina la independencia de Poderes, para caer en delitos comunes como el de extorsión.
El problema de la distorsión de la justicia en Bolivia, nace de la originaria determinación de nombrar como cabeza de Ministerios claves, como el de justicia y transparencia, a personas, afines al Gobierno, pero con escasa preparación para semejante responsabilidad. Nos preguntamos; qué hizo la primera Ministra de Justicia nombrada en el gabinete (¿?) Qué es lo que dijo la actual Ministra de Transparencia, nada. Guarda total silencio sobre la descubierta red de extorsión y corrupción que llegó a salpicar su Ministerio. Mantiene diferencias con el Ministro de Gobierno, porque mientras éste invita a denunciar los casos de extorsión, la Ministra de Transparencia, pide juicio para las personas que denunciaron esos hechos ilegales; es decir, juicio a las víctimas. Hasta parece una campaña de amedrentamiento para que ya nadie se atreva a presentar denuncias, sobre este caso que ya dio vuelta al mundo, dejando a nuestro país muy mal parado; pero, mucho peor al oficialismo, que también se esmera en guardar silencio.No puede existir un silencio eterno ante las evidencias, que cada vez son más y más graves. Las autoridades están obligadas a dar la cara y a informar a la ciudadanía cuál será su actitud, ante evidencias incuestionables de una práctica de corrupción institucionalizada, desde ya hace varios años. Nadie puede entender cómo funcionarios corruptos operaban en las mismísimas narices de Ministros, jefes policiales, fiscales y jueces, haciendo uso de “poderes amplios y bastantes otorgados por altas autoridades”, sin que nadie sepa nada de lo que ocurría en las oficinas gubernamentales. No saber lo que ocurre entre las cuatro paredes de la casa, es perder el control.
Hemos llegado al punto de tener que aplicar uno de los famosos dichos del mentado presidente Melgarejo: “Confianza ni en la camisa”. Ya nadie cree ni confía en nadie, todos los que tienen cierto poder, no se libran de ser sospechosos de actos de corrupción; es decir, hemos caído en un profundo pozo de aguas estancadas. Algo que desde afuera se veía venir. Pero por dentro, en ese afán de considerarse perfectos, era una taza de leche.
Cambiaron de nombre a nuestra patria, y la hirieron de muerte con actos de corrupción y de extorsión que nacen de las más altas esferas de gobierno. Esa es ahora, la Bolivia que nos duele a una gran mayoría de bolivianos.
Por lo menos... esa es mi opinión.
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