Loading...
Invitado


Domingo 25 de noviembre de 2012

Portada Principal
Revista Dominical

Inconstancias

25 nov 2012

Fuente: LA PATRIA

Por: Márcia Batista Ramos - Escritora

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Ahora comienza un nuevo ciclo. Es la primavera rasgando el invierno con sus filosas hojas verdes, bañando el mismo paisaje con otros colores. El horizonte está más vivo. Cada día el amanecer es más precioso.

Quisiéramos compartir con todos nuestros seres queridos la aurora, que irradia una energía que nos renueva. Pero, no todos están. Muchos partieron. Nos quedó el recuerdo y el dolor.

Nuestros muertos se fueron deprisa. Nosotros, no sé a causa de qué, no pudimos seguirlos… Algo nos ataja y, no todo lo que hacemos es estrictamente útil.

Los recuerdos cambian con nosotros a la nueva morada. Sí, ellos nos siguen. Con nosotros, también están nuestros muertos.

De por medio de las otras cosas de la vida, está el amor. Nuestras almas enamoradas. ¿Y qué?

Los recuerdos, el amor, nuestras almas, nuestros sueños… ¡Insólito! Todo tan impalpable e imprescindible a la vez. No podríamos renunciar a ninguno, sería como abortar la primavera. La naturaleza no permitiría; nuestra naturaleza humana tampoco lo permitiría.

La voluptuosidad de lo impalpable es irrenunciable… No conseguiríamos consumar tamaño sacrificio. Por eso, optamos por la intensidad de los sentimientos, fue ahí que aprendimos a sufrir.

Las nuevas plantas surgen entre los grumos de tierra, haciendo patente el poder de la eterna creación divina. Es bello ver brotar la semilla y madurar los frutos. El campo escarpado se vistió de verde, adornado por las setas silvestres que surgen con la humedad de cada mañana.

Repetimos cada día que Dios haga su voluntad. Mientras nuestros cuerpos irremediablemente envejecen, preparándose para la muerte. El cuerpo es solamente un préstamo y lo conocemos más que el alma tan sutil y tan eterna… Así somos, miramos más la cáscara que la pulpa jugosa que nos alimenta.

Habíamos convenido tantas cosas y no las cumplimos. Tan débil la mente, tan poca la voluntad. Somos poco verosímiles, pero, no importa; por ese motivo, no se nos niega la posibilidad de vivir y amar. Tan bueno es nuestro Dios.

Creíamos que la mejor amalgama era entre tu alma y la mía, pero, nos olvidamos de nuestros caminos cruzados. Olvidamos que todo ya estaba hecho cuando nuestras miradas rasgaron nuestras almas. ¿A quién le importa nuestra agonía mezclada con la amargura?

Así, es la vida. Así, quiso Dios.

Todo lo que nos escapa lo cedemos a Dios. De Él son nuestros muertos, nuestras frustraciones, nuestros fracasos. De Él los amores imposibles, porque virtualmente, a cambio, nos dará algo mejor. Aceptamos nuestras derrotas gracias a Él. Así queremos. Entonces, es mejor así. Entregar todo a Dios. Es la única manera de no tener culpa.

No aprendimos la sabiduría de la prudencia. Por eso, nuestras almas enamoradas. Por eso, tantas cosas mal contadas. Suspiro y pienso que es mejor dejar lo nuestro en las manos de Dios. Él es sabio, es prudente, es todo lo que no somos y nunca seremos.

Si pudiéramos ser como Él, habría apenas un hombre en la tierra y muchos dioses en el cielo. Sería igual. Seríamos dioses con miedo y carencias. Imaginaríamos la furia del hombre. Además, tendríamos puesta toda nuestra esperanza en él. De seguro sería todo mucho más penoso, puesto que, el hombre sería como somos ahora, con tantas falencias y debilidades. Los dioses poderosos, no imaginaríamos nuestro propio poder por tener los ojos puestos en el hombre… Es absurdo. Prefiero que todo siga como siempre fue, un Dios en el cielo y millones de nosotros poblando la tierra y rogando a un único Dios.

Rogando a Dios por todo. Rogando a Dios en nuestras luchas secretas. Por nuestras levedades. Por la remisión de nuestras faltas. Rogando a Dios por nuestras almas enamoradas en el preciso momento equivocado. ¿Por qué no nos enamoramos antes?

Hubieran muchos veranos y simplemente no nos encontramos. Deberíamos dejar el pasado en paz… Pero, siempre tenemos la seguridad de que hubiera sido mejor todo lo que no nos ocurrió. Es una manera de engañarnos y de sufrir más. Es un juego muy penoso que jugamos con nosotros mismos. Somos así. Masoquistas desde la raíz…

El viento agrio todavía persiste, azotando con fuerza y crujiendo las ramas secas, mientras los bosques reverdecen en alusión a la primavera. Empero, todo es parte de un mismo momento, de un mismo escenario creado por el único Dios. El Dios que nos permite apreciar su creación. Él que nos dio la vida. Él verdadero dueño de nuestra vida…

Nos resignamos a la muerte. Sabemos que nuestros días están contados. Avanzamos sin tregua hacia el fin ineludible. Aún así, creemos que la muerte es súbita. Que es una especie de castigo, cuando lleva los nuestros. Nos sorprendemos una y otra vez con la misma historia. Es extraño nuestro proceder…

Podríamos aprender la vida y la muerte de otra manera. Bastaría entender la inmortalidad del alma.

Podríamos aprender el amor sin sufrimiento. Bastaría amar de forma sacramental.

Pero no consagramos nada. Ni el amor. Por eso sufrimos trastornando el alma. Después, invariablemente, buscamos a Dios.

Vivimos la complejidad negativa de la razón. Lo único que logramos es someter nuestra alma a la servidumbre de las emociones. Así somos, tan limitados y tan comprometidos a la vez.

Crecemos con tantos vínculos inquebrantables, entretanto, se desatan tan pronto. Nuestras virtudes no bastan. No somos despojados de nada. Nos agarramos con uñas y dientes a pequeñeces. Permitimos que nuestro ego crezca demasiado y nos ahogue. De pronto la muerte nos arrebata todo. Y rogamos a Dios...

Son tantas las plegarias como las débiles mentiras, las tristes confesiones o nuestro miedo de cada día. Acumulamos nuestros fracasos para después entregarlos a las manos de Dios. Es tan simple cómo nos despojamos de nuestras responsabilidades. Del mismo modo es tan persistente el acre sentimiento de finitud que nos acompaña fielmente. Evitamos pensar en la muerte.

De todas maneras la muerte siempre está relativamente próxima. Pero, no queremos aceptar ese criterio. Lo soslayamos para después asombrarnos. Es nuestra inconsciencia que inevitablemente nos lleva a la consternación.

Nuestro amor, incipiente, nos arrastra a un mundo lejano, donde no están los otros, donde solamente existimos nosotros. De qué manera no obedecemos del todo a Dios. Después, volvemos a razonar sobre el amor y el pecado. Preguntamos a Dios. Nos entregamos a Él para que nos juzgue. Para que juzgue nuestro amor.

Al fin y al cabo Dios es nuestro único punto de apoyo. La superficialidad de nuestras vidas no nos permite encontrar a Dios. Únicamente permite rogarle. Construimos un mundo que amenaza trastornar nuestras almas. No podemos sostenerlo e irremediablemente buscamos a Dios. En el caótico devenir de nuestras existencias, pedimos por todo; multiplicándose nuestras plegarias.

Obligamos a Dios a que sea nuestro cómplice, de tanto que le pedimos. Por tantas cosas que colocamos en sus manos. Le obligamos a que sea parte de nuestras vidas y nos ayude a dar otro sentido a nuestra existencia. Queremos que nuestra voluntad sea la Suya. Creo que lo importunamos. Tal vez fuera mejor si nuestras vidas fueran más silenciosas, con menos culpas y menos murmurios de plegarias.

Así somos, producto pasajero de la posibilidad. Vivimos en un mundo real y pedimos por nuestros deseos ficticios. Buscamos un sentido mayor para nuestras existencias, mientras la primavera renace por sí misma, recordándonos que Dios es el único dueño de nuestras vidas…

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: