Sábado 24 de noviembre de 2012
ver hoy
Hay domingos pintados con los colores del vacío y la soledad. Es sólo una sensación, pero es una sensación que lo inunda todo. Parece que el último día de la semana gravita por latitudes blancas, por los no lugares del tiempo, donde se desentienden los lenguajes indescifrables del alma. Mientras uno se desgasta, en esos domingos de coordenadas inciertas, el mundo sigue, la gente viaja y ríe y llora con sus verdades, delirios y guerras.
Todos los domingos que un día me prometí son muy parecidos: lentos, de tundra y cielo, selenos, de trópicos rotos, alucinados por la sal y el viento de la añoranza que alimentó mi infancia.
Los domingos son la última frontera que el hombre puso al tiempo. Acotar, dejar plano lo inasible de este discurrir que se me antoja desasosegante. En los domingos es donde habitan las tardes de café, de cine, de vírgulas de lluvia tras el cristal, de olor a caravana y a carrusel deportivo, de los últimos besos, y de trabajo en estos últimos años.