Un buen amigo -de los que ya casi no se hallan, de esos que aún creen como yo, que “otra Bolivia es posible”- me desafió a “escribir una columna pensando en todo el país”. Espero cumplir tal cometido tocando hoy la problemática de la subvención a los combustibles, y aunque pueda parecer que abordo un tema sectorial no es así, pues atañe al desarrollo mismo de Bolivia. Tampoco se lo debería tildar de regionalista porque la propuesta de solución tenga que ver con Santa Cruz.
Encaro el tema con igual preocupación que el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, para quien la subvención a los carburantes es una “sangría económica” (Reuters, 6/NOV/12), y lo hago con igual desasosiego que el Ministro de Economía y Finanzas Públicas, Luis Arce, para quien debe resultar casi un dolor de parto semejante gasto en la subvención, el doble de los 500 millones de dólares que nos prestamos internacionalmente con nuestros Bonos Soberanos.
La subvención estatal a los combustibles rebasará los 1.000 millones de dólares en el 2013, frente a los 981 millones de este año, mucho dinero para la economía del país. Y mucho más, cuando gastamos otros 1.000 millones importando combustibles. Una dolorosa “sangría económica” de cuyo beneficio participan no sólo los bolivianos, sino también los contrabandistas y países vecinos hacia donde salen ilegalmente los combustibles por sus bajos precios acá, y altos precios allá.
¿Qué hacer, cuando por la “camisa de fuerza” existente luego del infructuoso ajuste de precios vía shock del 2010 no se puede incrementar los precios de los combustibles? Si subvencionarlos es políticamente inevitable, ¿por qué no intentar “hacer de un limón, una limonada”, como dijera alguien que merece mis respetos?
Opciones: ¿Producir más combustibles fósiles en Bolivia? Para ello necesitamos inversión y tecnología, poco probables de conseguir en las condiciones objetivas actuales. ¿Cambiar la matriz energética hacia el gas natural? Ayuda, pero no resuelve. La solución tiene que ver con producir combustibles alternativos.
¿No resultaría económicamente bueno -además un orgullo nacional- autoabastecernos con combustibles nacionales? ¿Por qué no soñar con la “soberanía energética” así como aspiramos a la “soberanía alimentaria”? ¿Por qué no producir “combustibles verdes”, renovables y menos contaminantes que los carburantes fósiles? Y, ¿qué mejor, si quien toma el riesgo es el productor privado, para que con ello ahorremos más de 700 millones de dólares anuales dejando de importar diésel y más de 200 millones en gasolina?
¿Y si la producción de esos combustibles -aparte de ser amigable con el medioambiente- generara centenares de miles de empleos para los bolivianos? ¿Sería malo, acaso, ahorrar divisas por 1.000 millones anuales, y que la subvención resulte un incentivo para un proyecto cien por ciento nacional?
Finalmente: ¿Qué, si a la par de ello se garantiza el producir más alimentos? ¿Por qué no hacerlo? ¡Animémonos a producir biocombustibles!
Por el bien del país, más allá de lo que diga la “Ley de la madre tierra”, es hora de romper el mito en contra de los agrocombustibles. De confirmarse la consulta a la población para ver si vale la pena gastar más de mil millones de dólares en el 2013 para subvencionar la gasolina, el diésel y GLP (Erbol, 6/NOV/12), habría que preguntarle también si apoyaría esta propuesta para avanzar a la soberanía energética. Con seguridad diría que sí.
(*) Economista y Gerente General del IBCE
Tomado de hoybolivia.com
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