Lunes 12 de noviembre de 2012
ver hoy
¿Quién no ha oído hablar de las desaparecidas ciudades del extremo oriente, Sodoma y Gomorra, donde se desplegaban todos los vicios y depravaciones imaginables? Pues algo parecido está ocurriendo en Yacuiba.
Basta echar una leída al capítulo 18 del Génesis, para imaginar cómo vivía la gente que habitaba aquellas ciudades perversas. Dios reveló a Abraham que, si los habitantes no se convertían, destruiría la ciudad haciendo llover fuego y azufre. Abraham intercedió para evitar el castigo. Yavé puso la condición de que, si podían mostrarse a 50 hombres justos se evitaría el castigo. No hallándose los 50 justos, Dios rebajó su condición a sólo 10. Tampoco los encontró. Entonces Dios envió a unos ángeles con el fin de convertir a los perversos sodomitas. Ni los ángeles lograron la conversión de la ciudad perversa. Entonces Dios mandó llover fuego y azufre. Así terminó la historia de Sodoma y Gomorra.
Ya sé que no es cosa baladí interpretar las Sagradas Escrituras y aplicarlas a circunstancias tan distintas como son las de actualidad. Pero considerando que ya sucedieron hechos semejantes en la población boliviana de Yacuiba, es oportuno analizar, aunque sea brevemente, las causas de la depravación reinante en aquella ciudad fronteriza. Todo el mundo lo sabe: el negocio de la droga, las complicidades con el contrabando y la prostitución. En pocas palabras, el general desenfreno de las costumbres. Y todos juntos, van ganando terreno, más allá de la observancia de las normas elementales de la moral pública y del cumplimiento de la ley. El Gobierno está obligado a disponer medidas rigurosas que acaben con la perversión cada vez más extendida.